10 verdades sobre las mentiras
“Tendemos mentir porque la historia de la humanidad nos ha [...]
“Tendemos mentir porque la historia de la humanidad nos ha [...]
¿Una vez que el dentífrico se sale del pomo; quién lo vuelve a poner adentro?
Por más que nos queramos poner a salvo de las emociones, no se puede. La vida suele pasarnos por encima. Y en los casos de personas que insisten en vivir poniéndose a salvo de ellas, se convierten en muertos en vida.
El miedo es el gran obstáculo al contacto. Con otras personas, y con uno mismo. Con lo que uno hace, porque es difícil hacer bien algo si uno está muy afectado por el miedo. Y esa muralla que limita nuestra libertad interior, sólo existe en nuestra mente.
A veces tardamos mucho, muchísimo en darnos cuenta de ciertas verdades. Porque es difícil, porque los sentimientos y emociones impiden ver con claridad, o porque no nos conviene. Pero aunque tome mucho tiempo, la vida finalmente nos confronta con ella para que hagamos uso de nuestra libertad y elijamos, cómo queremos vivir.
A veces ni en el círculo más íntimo encontramos espacio para mostrarnos como somos. Hay terror a exponerse, a equivocarse, a que nos rechacen. El mecanismo de protección a esa situación termina siendo aislarse, que es la peor solución. Después de todo, cuanto antes sepamos con quienes podemos ser lo que somos, mejor.
A veces las emociones nos inundan. Y sentimos algo totalmente desproporcionado. Tal vez no se pueda evitar volver a sentirlo. Pero si se puede saber que eso también pasa.
El miedo es la emoción más primitiva y fuerte del hombre. No se la puede erradicar. En el mejor de los casos, registrarla y aceptarla, para impedir que domine nuestras vidas.
En algún sentido, todos somos adictos. Todos somos esclavos. Para liberarnos, tenemos que soltar las cosas que nos llevaron a enfermarnos. Desprendernos puede ser desgarrador, pero vale la pena. Si uno quiere ser libre, tiene que estar dispuesto a entregar todo. Y si bien nada es blanco o negro, cuanto más cosas sostiene uno, más infeliz es. Cuánto más soltamos, más libertad.
Competir por el afecto no tiene sentido. Es agotador, y aún si uno lo logra, en realidad obtiene reconocimiento, pero no afecto genuino. Y uno puede pasarse la vida tratando de subir la escalera que está apoyada en la pared equivocada. Es mejor averiguar quién es uno y dejarlo ser. Tratar de ser la persona que los demás admirarían no tiene sentido, no lleva a ningún lado.