Abismos emocionales
A veces nos hundimos en agujeros negros. En esos momentos lo único importante no es pensar en cómo salir, sino en tomar la determinación de hacerlo.
A veces nos hundimos en agujeros negros. En esos momentos lo único importante no es pensar en cómo salir, sino en tomar la determinación de hacerlo.
Nos cuesta mucho ser conscientes de que la vida es incierta. Buscamos seguridades y nos inventamos certezas para no morir aplastados por el peso de esta verdad. El futuro es un misterio, en el cual solo podemos incidir algo, poniendo todo en este presente.
Algunas personas que vivieron experiencias traumáticas, desarrollan un secreto escepticismo como mecanismo de protección contra el dolor. "Mejor que no me entusiasme así después no me decepciono." Pero; ¿se puede vivir así? ¿Tenés miedo a que te pasen cosas buenas?
Con tal de no exponernos a ser rechazados, casi que mendigamos mentiras piadosas. Ese miedo que parece protegernos del dolor, solo agrava las cosas. Donde no hay verdad no puede haber solución a los problemas ni mucho menos, crecimiento.
En la medida que pasan los años, si no somos capaces de darle sentido a nuestra vida, nos iremos desconectando de nosotros mismos. Es el único mecanismo para no sentir todo el dolor que vamos acumulando.
Lleva mucho tiempo rehabilitarnos de nuestros fantasmas. En cierto sentido, lleva toda la vida. Pero el primer y decisivo paso es dejar de negarlos. Registrarlos y aceptarlos, para que dejen de manejarnos la vida.
Soñamos con descubrir América, pero a diferencia de Cristóbal Colón, no nos animamos a zarpar del Puerto de Palos. Tenemos horror a adentrarnos en lo desconocido. ¿Entonces?
¿Temés pelearte por miedo a salir golpeado? Los que se mantienen siempre a salvo terminan aún más golpeados.
Si con frecuencia no expresamos lo que sentimos o creemos por temor a generar una ruptura en el otro, estamos creando las condiciones para una enorme ruptura que tarde o temprano ocurrirá. Donde no es posible ir realizando pequeños ajustes, es probable que después ocurran todos juntos, de la peor manera.
El miedo es la emoción dominante de todo ser humano. Y todos los miedos remiten a uno, el miedo a morir. Nuestro cerebro no difiere mucho del cerebro primitivo, extremadamente sensible a riesgos que amenazaran la supervivencia. Y aunque hoy en día no estemos expuestos a esas situaciones, seguimos funcionando como hace millones de años.