I

José estaba leyendo el diario en el comedor, cuando de reojo vio a su hijo dirigiéndose al cuarto de servicio. Le llamó la atención que el niño mirara el techo, como si estuviera buscando telas de arañas, o como si tratara de hacerse el distraído. Sin que pudiera darse cuenta que lo estaba observando, su padre aguzó la atención.

Dos segundos después de haber ingresado en el cuarto de servicio, su hijo salía masticando. Era evidente que había ido ahí para poder comer algo que no tenía permitido.

Tiempo atrás, el padre se hubiera enojado y lo hubiera retado por comer golosinas. Sin embargo, en esta ocasión no pudo evitar preguntarse por qué su hijo necesitaba esconderse de él.

Se dio cuenta que en realidad el problema era él mismo, y no el niño. Se paró, interceptó a su hijo y lo abrazó. El menor no entendía bien lo que estaba pasando, pero por las dudas tragó lo que masticaba.

Su padre le dijo: «-te pido perdón porque necesitás esconderte de mí para comer una golosina.»

Su hijo se ruborizó al ser descubierto, sin comprender bien por qué su padre le pedía perdón.

«-Te pido perdón porque es mi actitud la que te lleva a tener que comer sin que yo te vea. Yo puedo tener buenas intenciones para que no comas porquerías, pero evidentemente, no estoy haciendo bien mi trabajo de padre. Lo más importante es que vos confíes en mí, que puedas decirme lo que te pasa o lo que tenés ganas, y no que tengas que esconderte de mí. Te pido perdón de corazón…y la próxima vez que te sientas hostigado o presionado por papá, me mandás a la mierda», cerró el padre.

Su hijo lo abrazó, emocionado. Sentirse apoyado cambiaba la vida.

II

«-El viernes tenés turno con Juan Pablo», le dijo José a su hijo, en alusión a que tenía terapia.

«-Aprovechá y contale que te sentías muy nervioso cuando tuviste que actuar en el colegio, y también, por qué no tenías ganas de ir al torneo de fútbol», dijo el padre con voz tranquila.

«-Ni loco», lo cortó su hijo muy nervioso.

«-Y sino vas a hablar con tu terapeuta de lo que te pasa; ¿de qué vas a hablar?», preguntó el padre.

Ante la cara de enojo y miedo de su hijo, continuó. «-Entiendo que tengas vergüenza o temor, pero tenés que poder hablar de lo que te pasa, de lo que sentís. Si él no te da lugar, tenemos que cambiar de terapeuta. ¿Sentís que no tenés margen para hablar con él de las cosas que te pasan?», preguntó.

«-No, no», dijo el hijo entre dubitativo y enojado.

«-Entonces, aunque te resulte difícil, andá y contale lo que te pasa. Así somos las personas, que vamos a terapia a buscar ayuda, y como nos da vergüenza contar algunas cosas, terminamos hablando de temas que no son los que más nos importan. No te sientas mal por eso, a todos nos ocurre,» lo estimuló el padre.

Su hijo lo miraba con asombro.

«-Por más que nos cueste, tenemos que aprender a decir lo que nos pasa. No a cualquiera, pero a aquellas personas en quienes confiamos, o las que les pedimos ayuda, debemos intentar, por todos los medios, hablarles con el corazón sobre la mesa», completó José.

Inspirado, su hijo tuvo una sesión excelente con el terapeuta.

III

Para agasajar a su hijo por el cumpleaños, José le armó una reunión con un periodista deportivo muy destacado. Dado que su hermano también era fanático de los deportes, le consultó si quería invitarlo, o si prefería ir él solo.

El chico, instantáneamente contestó que invitaría a su hermano para no dejarlo afuera de aquél programa tan especial.

Intuyendo que era la respuesta políticamente correcta, pero que no dejaba ningún lugar para expresar la parte egoísta y violenta de todo ser humano, el padre optó por poner el asunto sobre la mesa.

«-Mirá que no estás obligado a que venga tu hermano», le dijo como para abrir la discusión.

«-Es que en su cumpleaños él dejó que yo fuera a ver el entrenamiento de la Selección cuando en realidad lo llevabas a él…», dijo el niño justificando su reciprocidad.

«-Entiendo perfecto», dijo el padre. «-Pero no te preocupes. Vos sos vos y él es él. No son dos siameses que tienen que ir a todos lados juntos. Hay espacios propios. Y también quiero que tengas lugar para poder sacar tu individualidad, tu egoísmo y tu violencia.»

El hijo lo miraba absorto, como si su padre lo hubiera desenmascarado.

«-Gordo, a todos nos pasa. No sos malo por tener esos sentimientos o deseos. Sos un ser humano. Hay momentos donde es muy importante ser bueno, generoso, conciliador. Pero no es posible serlo todo el tiempo. La vida no es una obligación…», dijo el padre con un tono misericordioso que reconocía y habilitaba a la parte difícil de todo hombre.

Su hijo, conmovido, sintió que podía ser. Que él estaba bien así como era. Que no tenía que ocultar como era, ni tratar de ser otro. Con los ojos húmedos, abrazó a su padre.

Esa noche, José se preguntó si acaso habría alguna diferencia en cómo tratar a un hijo y como tratarse a uno mismo.

Artículo de Juan Tonelli: Creando el espacio para poder ser uno mismo.

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