Ahí estaba uno de los más grandes tenistas mundiales de todos los tiempos. Gabriel en cambio, sólo había sido un excelente jugador local. Después de deshojar la margarita un rato, decidió encarar a ese semidios para conversar unos temas que le habían quedado pendientes en su propia carrera.

Luego de la presentación y ante la buena receptividad de aquella leyenda del tenis, Gabriel se sentó en la misma mesa del bar para compartir unos tragos. En la medida que la conversación fue avanzando, lo primero que le llamó la atención fue la sinceridad y apertura con que hablaba. Claro, ya habían pasado quince años desde su retiro, y por ende, no tenía nada que sostener. Ahora podía mostrarse vulnerable porque ya no estaban las fieras hambrientas  del circuito, dispuestas a predarlo.

Después de un rato, Gabriel fue al punto: «-¿Sentías mucho miedo o terror en los partidos, como le pasaba a Agassi?»

-«La verdad que no», fue la escueta respuesta del ídolo. –

-«¿Pero no tenías miedo o inseguridad en algunos de tus golpes?», insistió Gabriel.

-«Siempre tuve mucha suerte y mis golpes fueron sueltos y sin esos dramas. Bah, en realidad tuve problemas con el saque», comentó con aire resignado.

Gabriel, contento de haber encontrado una hendija de humanidad con la que empatizar y no sentirse tan distante de aquél genio inaccesible, continuó:  -«¿Y lo mejoraste a lo largo de tu carrera…?»

-«La verdad que no; casi te diría que en la medida que fue pasando el tiempo, involucionó», fue la brutal respuesta del astro.

Algo decepcionado porque la película parecía no tener final feliz, Gabriel intentó contemporizar: -«Y sin embargo en tus últimos años ganaste los torneos más importantes del mundo…»

-«Es cierto», aceptó con bajo nivel de convencimiento. -«Gracias a un entrenador, pude animarme y arriesgar mas».

-«¿Pero a qué le tenías miedo?», volvió Gabriel.

-«A equivocarme», fue la simple y lapidaria respuesta del astro.

Gabriel se sintió mejor. Ya no estaba tan solo. Su ídolo también sentía miedo.  -«¿Y qué hiciste para mejorar?»

-«Decidí correr el riesgo de sacar mas fuerte ambos saques. Con eso pude lograr muchos puntos ganadores. Aunque también cometer más errores».

Gabriel se sintió contrariado ya que si bien la respuesta era racional y práctica, él quería saber cómo su ídolo había superado el miedo a equivocarse. Decidió ir a fondo: -«Gracias a esa decisión pudiste seguir adelante y no quedarte paralizado; pero mi pregunta era otra. Independientemente de qué decidías hacer, lo que quiero saber es cómo te sentías…?

-«Ah no, el miedo no se fue nunca. Siempre estuvo ahí. Pude mejorar el saque decidiendo sacar fuerte aunque sintiera mucho miedo, pero nunca logré que desapareciera. Ni siquiera un poco.»

Gabriel sintió el impacto. Su corazón necesitaba creer que el ídolo había podido superar el miedo. Confiaba que sus mejores saques habrían sido la consecuencia de una mayor libertad interior, y no de una decisión racional de cómo actuar pese a seguir sintiendo lo mismo. Él esperaba que el miedo hubiera desaparecido.

Pero no. El miedo había seguido ahí, como un compañero inseparable. Lo único que había podido hacer aquel legendario jugador había sido decidir seguir adelante y no dejarse dominar por esa emoción, aunque la sintiera a fondo.

Gabriel tomó conciencia que tal vez su propia mirada era inmadura y romántica, como si las personas pudieran convertirse en dioses, superar el miedo, y tener una completa libertad.

Empezó a caer en la cuenta que la libertad, justamente, no era dejar de sentir miedo, sino más bien elegir que esa emoción tan poderosa y muchas veces de origen difuso, no nos condicionara demasiado.

Registrar que su héroe tenía los mismos miedos y problemas que él, le dio tranquilidad. Y ver cómo los llevaba con paz, lo inspiró.

Comprendió que su propia actitud de querer erradicar todos los miedos, no sólo no había dado los resultados esperados, sino que por el contrario, los había acrecentado. Evidentemente, habría que aprender a convivir dignamente con ellos, aunque  sin permitirles que nos impidieran hacer lo que soñáramos hacer.

Mientras pagaba los tragos, saludaba a su ídolo y se despedía, Gabriel reflexionó en toda la infelicidad que podían producir las ideas equivocadas. Él estaba convencido que podría liberarse de todos su miedos, y por esa falacia, no sólo no los había podido eliminar, sino que se descalificaba por seguir sintiéndolos.

Ahora, venía a enterarse que iban a estar toda su vida. Y que el único camino posible sería elegir no dejarse dominar por esos miedos.

No era la enseñanza que esperaba encontrar. Pero era bien realista, útil y accesible a las personas.

Artículo de Juan Tonelli: El miedo, compañero inseparable

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