Martín venia caminando por una calle poco iluminada. En sentido contrario, tres hombres caminaban rápido. Cuando se cruzaron, uno sacó un arma y le apuntó a la cabeza. Pese a sentir mucho miedo, Martín trató de moverse con calma, mostrándose dispuesto a hacer lo que le pidieran los ladrones. No quería perder la vida por una estupidez, ni fingir un coraje que no tenia. Con voz nerviosa, aclaró que les iba a dar todo, billetera, reloj, lo que quisieran. Sin que mediaran mas hechos ni palabras, quien le apuntaba en la cabeza, le descerrajó un balazo. Martín, aun consciente, supo que el disparo era mortal. Tirado en el piso, podía observar a los delincuentes riéndose.
Desangrándose, pensó en pedir ayuda. ¿Valdría la pena? Pudo ver como quien parecía ser el jefe desenfundaba su arma y se aprestaba a pegarle el tiro de gracia.
En sus instantes finales, Martín quizo gritar para impedir ese disparo, pero cuando se disponía a hacerlo, una voz interior le dijo que no lo hiciera. No era cuestión de escandalizar ni molestar a nadie. Ni a los asesinos que estaban por rematarlo entre risas.
Sobresaltado, se despertó. Era uno de los pocos sueños que recordaría en toda su vida. Por lo general, su mente se ocupaba de borrar todo vestigio de su inconsciente, no fuera cosa que le trayera complicaciones. Mejor mantenerlos bien sepultados. Aun agitado, recordó la pesadilla. ¿Cómo era posible que tuviera que ser correcto aun en en semejante situación? ¿Y acaso eso era ser correcto?
Trato de no juzgarse, para no impedir que fluyeran las emociones. Los juicios solían obturar cualquier sentimiento, en especial aquellos que no eran políticamente correctos. Había que ser bueno, justo, educado, moral. Como si el corazón humano no conociera emociones lujuriosas, homicidas, y las de todos los pecados capitales.
¿Tenía algún sentido intentar ser correcto a costa de uno mismo?
No hizo falta contestarse. El dolor interior por ser un buen alumno y lograr lo que los demás esperaban de uno, era mucho mayor que el romper con mandatos y animarse a ser lo que uno esperaba de sí mismo. Pero, ¿qué era lo que él esperaba de sí mismo?
Reexaminándolo detenidamente, encontró sólo razones de otros. Que por supuesto, Martín ya había asumido como propias. Pero no lo eran. Anhelos y frustraciones paternas, mandatos de otros familiares y personas influyentes, promesas de recompensas sociales, habían definido lo que Martín quería ser. Nada de eso le era propio. Eran solo condicionamientos externos.
Se enojó al sentirse maniatado. Le pareció terrible aceptar que su preocupación por no quedar mal, era más fuerte que el instinto de supervivencia. ¿A tal extremo podía llegar el condicionamiento externo?
Cuando su ira y violencia interna cedieron, tuvo ganas de llorar.
¿Qué lugar podía existir para ser quien era, si había que cumplir férreas normas de otros? Pensó en los bonsái, tan apretados en un espacio decidido por otros. O en los buenos alumnos.
Volvió a la escena del crimen. ¿Que debería haber hecho? Gritar. Gritar fuerte. Seguramente no habría impedido su muerte, pero el impulso vital habría prevalecido por sobre las normas. Y la vida, salvo para los bonsái, nunca entraba en una maceta. O al menos, no sin un costo muy alto.
Artículo de Juan Tonelli: Buenos alumnos.
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A la encuesta que está más arriba respondí » bastante » y no » demasiado » porque en el transcurso de esos 20 años tuve a mis dos hijos, por lo tanto no considero que haya pasado demasiado tiempo. Tal vez podría haberme dado cuenta antes, pero todo aprendizaje necesita de un proceso o de un suceso desencadenante, en mi caso las dos cosas sucedieron al unísono y cuando reaccioné, lo hice porque ya estaba lista para hacerlo. Si lo hubiera hecho antes, tal vez no hubiera salido tan bien parada como salí.
Muy bueno Mabel !! Y la verdad que sí, los procesos suelen ser muy largos y uno, por más que quiera, no madura antes. Por eso tal vez, habría que plantearse si acaso los tiempos «normales» no son estos, más allá de lo que nos cueste aceptarlo…
Beso y gracias!
J
Leí solo las palabras Demasiado y Bastante, y por un segundo pensé cual de los dos me sentaría mejor. Es que venía con la euforia de los veintiii, que todo lo pueden. Ser una estudiante pensante y crítica, tener un buen laburo con proyección pero con vocación social, pensar en hacer un master en el exterior (sin haber terminado la tesis de licenciatura) y encima llevarme bien con mi familia, cuidar la relación con mis amigas, y ser la mejor novia que se puede tener. Claramente, me dí un golpe que me dejo sentada por un buen rato…casi 2 años.
Me disponía a marcar Demasiado, cuando noté el tema de los años.
Así que marqué poco, para entrar en los parámetros (tengo apenas 25). Pero para mí esos dos años de crisis, llanto, desorientación total y absoluta, fueron los mas intensos y fructíferos de toda mi vida.
Aguante la resiliencia. Volver a tener ‘ganas de’, es un trabajo de artesano. Constante y continuo. Y cómo lo vale!
Muy buenos artículos Juan, saludos.
Muy buenas palabras Clara!
Y sí, la verdad que tenés poquitos años. Nadie te quita lo que has sufrido -y aprendido-, pero esto recién empieza.
La buena noticia: gracias a esos golpes que nos «sientan», aprendemos. Pareciera que la libertad interior solo se va alcanzando en la medida que atravesamos el tamiz del sufrimiento…
Igual, llama la atención tu madurez y reflexividad para tus 25 años!
Un beso y gracias por escribir!
J