«-Gracias por bancarme, pa.»

-La verdad que esa frase de mi hijo me mató.

-¿Por qué?

-En primer lugar, porque lo sentí conmovido a él. Con la confianza y la paz de saberse apoyado. Por otro lado, no pude evitar pensar todas las veces que habrá necesitado que lo apoyara y no lo hice.

-Cómo cambiamos las personas cuando nos apoyan…, -reflexionó el Maestro en voz alta. -¿Y por qué antes en situaciones parecidas no lo apoyabas?

El discípulo se quedó pensativo. -En parte, porque tenía un fuerte condicionamiento cultural acerca de cómo debía educar a un hijo. Esas ideas disparatadas que nos van inculcando acerca de los límites que hay que ponerle a un chico para que crezca. Y no es un tema menor, porque es imposible llegar a buen puerto si uno tiene un mapa errado.

-¿Cuál era el caso concreto, si es que podés contarme?, -quiso saber el Maestro.

-Su dificultad para dormir. Desde su año y medio de vida demandaba vigorosamente que se quedaran con él para dormirse. Yo no quería porque me habían dicho que era bueno dejarlo para que aprendiera a dormir solo. Cuanto más se enojaba él, más me enojaba yo, y terminaba encerrándolo en el baño, y a veces a oscuras.

-Buena pedagogía la tuya…

-Un pelotudo tremendo! Lo peor, es que estaba convencido que eso era lo correcto aunque en ciertas oportunidades se me fuera la mano.

-¿Qué pasaba cuando lo sacabas del baño oscuro y lo volvías a poner en su cama?

-Recuperaba cierta tranquilidad. Lentamente iba regularizando su respiración y pulso cardíaco, que estaban por las nubes mientras estaba encerrado a oscuras en el baño. Obviamente, aceptaba resignado quedarse en su cama sin protestar.

-¿Vos pensabas que estaba aprendiendo algo?

Al discípulo se le llenaron los ojos de lágrimas. -En aquél momento estaba convencido de estar educándolo, y que él estaba aprendiendo a dormir solo, como debía ser. Hoy sé que mi represalia era una barbaridad.

-Y que tu hijo no asimilaba lo que vos creías que aprendía… En todo caso, reprimía su miedo, y sobrevivía a aquella situación que lo asustaba mucho, para evitar desencadenar una aún peor como era ser encerrado en un lugar oscuro cuando ya estaba angustiado…

El discípulo asintió emocionado.

-Al principio me diste a entender que no habías apoyado a tu hijo por dos razones. Explicaste una, la de las erróneas creencias con las que pensabas que debía ser educado un niño. ¿Cuál era la otra?

-La otra también es muy dolorosa. ¿Cómo iba a apoyar a mi hijo sino me apoyaba a mí mismo?¿Cómo podría contenerlo, si era absolutamente incapaz de contenerme a mí mismo?

-¿En qué asuntos no te contenías o apoyabas?, -indagó el Maestro.

-En todo lo importante. Era mi peor enemigo. Implacable. Desvalorizador. Siempre encontrándome todos mis fallos y maldiciéndome por no haberlo hecho bien. Alimentando la idea de que nunca aprendería, que era un fracaso viviente. Y mientras tenía ese sentimiento y convicción interna, trataba de inventar y sostener un personaje que era todo lo contrario. No quería mostrarme como alguien fracasado, sino exitoso. Nada de ser una persona que cometía muchos errores, sino alguien impresionante. Desde ese lugar para conmigo mismo era imposible, no digo apoyar, sino mínimamente empatizar con mi hijo…

-¿Y qué te pasó que te permitió empatizar con vos mismo y apoyarte, para luego hacerlo con tu hijo?

-Sufrí, -fue la contundente respuesta del discípulo.

-Te felicito, por tu respuesta. Sufrir es algo inevitable, pero puede ser algo buenísimo.

-¿Por qué solo decís que puede ser en vez de decir que es?

-Porque en la vida, sufrir es inevitable. Pero crecer es siempre optativo. Igual, sufrir es como tener que volver a repetir una materia en la facultad. Sino aprendemos, la vida nos hará volver a cursarla tantas veces como sea necesario para que aprendamos.

-Eso es una visión muy positiva de la vida. Según lo que decís, siempre terminaremos aprendiendo, sea más tarde o más temprano. Sin embargo, veo gente grande que pareciera no aprender nunca. Sigue con sus mismos pecados a los ochenta años. Divas que continúan haciendo esfuerzos sobrehumanos por mantenerse en el centro del escenario aunque se caigan a pedazos. Dirigentes, que a esa misma edad siguen corrompidos y corrompiendo como si alguien octogenario necesitara más dinero o fuera algo prioritario para esa etapa de la vida…

-La vida siempre nos dará oportunidades. Siempre. Tal vez no las que nosotros queremos; seguro las que necesitamos. Pero volvamos a vos. Me gustaría retomar la idea de lo importante que es apoyar a alguien. Y que el primero de todos los apoyos, debe ser hacia uno mismo, -dijo el Maestro. -¿Qué pensás que le pasó a tu hijo cuando pese a tener más de diez años, aceptaste con alegría y misericordia que duermiera en tu cama?

-Se produjo un milagro.

-¿Cuál?

-Que había lugar para ser. Para expresar los miedos. Que no estaba solo. Que alguien lo entendía, acompañaba, ayudaba. Que habría solución, y por ende, había esperanza.

-¿Cómo pensás que sería tu vida si tuvieras lugar para ser; para expresar tus miedos, debilidades y limitaciones? ¿Si supieras que alguien te entiende, te apoya, te ayuda? ¿Si sintieras que pese a no saber cómo se resolverán las cosas, confiás en que se resolverán, y en que no te faltará amor para poder atravesarlas?

-Sería increíble. Y no desde una mirada resultadista o del éxito, sino desde la propia plenitud, la confianza, la paz.

-Así como está la milenaria ley de no hacer a los demás lo que no nos gustarían que nos hicieran a nosotros,  te digo lo complementario: tratate a vos mismo como te gustaría tratar a los demás. En vínculos, no existe el afuera y el adentro. Nuestra relación con los demás es la misma relación que tenemos con nosotros mismos.

-Nunca lo había pensado.

-No hay felicidad mayor en la vida que ser bueno, compasivo, misericordioso, amoroso con uno mismo. Y después, ser así con los demás.

-Muchas gracias. Siento que es un largo camino. Seguramente exceda mi propia vida. Pero estoy feliz de ir transitándolo todo lo que pueda.

Artículo de Juan Tonelli: ¿Te apoyás o boicoteás?

[poll id=»127″]