-Pa, puedo comprar esta revista?

-Cuál? La Playboy?, -preguntó el padre entre risas.

Si bien su hijo había señalado una revista que no era erótica, la propuesta de su papá lo encendió. Tanto, que ni se enteró que era una broma. Cómo no le iba a interesar si tenía trece años y los niveles de testosterona estallando?

Quien no entienda una mirada, mucho menos comprenderá una larga explicación, dice un refrán árabe. Rápido de reflejos, el padre agarró ambas revistas: la que le había pedido su hijo, y la que ahora le importaba.

Se las dio junto con un billete de veinte dólares para que fuera a la caja y las pagara. Nuevamente la mirada de su hijo lo dijo todo. No se animaba.

Comprensivo, el padre pagó y se las entregó a su dueño, quien rápidamente las guardó en la mochila. Aunque una la podía mirar en público, era tal la vergüenza que mejor esconder todas. Nada de correr riesgos de ser descubierto como un psicópata sexual.

El chico llegó a la casa y se perdió, mochila en mano, a ver la revista que era como la publicidad de un mundo desconocido y próximo.

Al día siguiente el hermano menor quiso comprarse un Lego. El padre lo acompañó junto al dueño de la Playboy. Mientras el más chico investigaba meticulosamente todas las opciones de sus juegos preferidos, su hermano mayor divisó uno en particular.

-El Lego City del departamento de polícia! Cuando tenía diez años hubiera dado mi vida por tenerlo, -dijo con un dejo de melancolía.

El padre observó a su hijo, e indagando más allá de aquellas palabras, le preguntó:

-Y ahora?

Daba cualquier cosa porque sus hijos estuvieran menos con la Play Station y más tiempo haciendo deportes o con juegos analógicos.

-Ahora qué?, -preguntó su hijo desconcertado.

-No te gustaría tenerlo ahora?

El chico hizo una mueca media extraña.

Quien no entienda una mirada, mucho menos comprenderá una larga explicación.

-Pensás que si querés comprarte una Playboy, no podés jugar con los Legos… -dijo el padre amistosamente.

La cara de su hijo se iluminó como un arbolito de Navidad.

-Vamos a comprarlo.

Esa noche, mientras la Playboy era ignorada en la mesa de luz y el joven armaba su Lego soñado, el padre guinándole un ojo, le dijo:

-La adolescencia es así.

El chico sonrió aliviado, sabiendo que lo comprendían.

-En realidad, la edad adulta también es así, -continuó su papá riéndose. -Somos seres contradictorios, y nunca entramos en los moldes que nos imponen, o lo que es peor, en los que nos imponemos nosotros mismos. Por eso, más que evitar las contradicciones -que son parte inevitable de la vida-, lo importante es aprender a ser auténticos. Esa es la única coherencia que tenemos que tener.