-Estoy anonadada.

-¿Por qué?

El diálogo ocurría entre una mujer de cuarenta años y su tía de sesenta largos.

-Hoy veía en la televisión las grabaciones de la pelea entre una de las mujeres más hermosas del país y su marido. Ella le gritaba reprochándole todas las infidelidades cometidas. Parece que el esposo tiene más amantes que un jeque árabe.

-¿Y qué te sorprendió tanto?

-Por un lado, me parece lamentable que difundan el audio de una pelea matrimonial. Más allá que ella sea una celebridad, es una discusión como la que puede tener cualquier pareja, y me parece una vergüenza que por un poco de rating no se preserve a las personas. Esto no es libertad de expresión; no es algo que la sociedad necesita saber porque es un asunto de Estado. El periodismo no tiene límites; debiera cuidar un poco a las personas, a las familias. Este matrimonio tiene varios hijos…

-¿Y esto es lo que te dejó anonadada?, -preguntó la tía.

-Lo que me dejó helada fue que el tipo tenga varias amantes siendo que está casado con la mujer más linda y sensual de nuestro país.

¿Eso te sorprende?

Después de un breve silencio, la sobrina contestó.

-En cierto sentido no, porque a mis cuarenta años he comprendido que los hombres son mujeriegos por naturaleza.

-¿Y entonces?

-Me llama la atención que teniendo la mujer más sensual y hermosa en casa necesite otras.

-Creo que lo que decís parte de un diagnóstico equivocado.

-A ver…

-Los hombres no se acuestan con otras mujeres porque su esposa es gorda. Tienen amantes por las más diversas razones. Nosotros solemos juzgarlas frívolas y superficiales, y en cierto sentido lo son. Sin embargo, lo banal de las motivaciones no es lo importante. Tenemos dos cerebros distintos y nos cuesta entender al otro género.

-¿Y cómo decís que es el género masculino?

-En mi vida he observado que los hombres se acuestan con otras mujeres por placer, obviamente. Pero también para calmar su ansiedad. O porque tienen un espacio de intimidad y no juzgamiento que no encuentran en sus casas.

-Eso a mí no me pasa.

-Eso creés vos… Es natural que no puedas hablar de todos los temas con tu marido. Es muy difícil hablar de asuntos que nos implican. Al ser difíciles, uno los evita para escaparle al conflicto. Sin embargo, necesitamos hablarlos con alguien.

-Y vos decís que en el caso de los hombres ese diálogo ocurre antes de coger con la amante.., -dijo la sobrina con sarcasmo.

-Por ejemplo, -fue la simple y contundente respuesta de su tía. -Pero también se acuestan porque necesitan adrenalina, ya que para ellos es algo instintivo. Así como a los cazadores les gusta colgar en el living los trofeos o las fotos de los animales cazados, los hombres necesitan conquistar la mayor cantidad de mujeres posibles.

-Los justificás como si fueran animales, -protestó la sobrina.

-Es que somos animales… Solo que tenemos un cerebro y un espíritu. Pero nunca al punto de creerlos tan evolucionados que eliminen al animal que también somos.

-Pero yo no soy así.

-No, claro… sos mujer.

Observando que el mal humor dificultaba el diálogo, la tía decidió moverse en otra dirección.

-El tema central es que anhelamos ser únicos. Y ese es nuestro pecado original.

-No entiendo, -dijo la sobrina que seguía fastidiada.

-No nos conformamos con ser amados, sino que pretendemos ser los únicos amados.

-No siento que sea mi caso.

-Obviamente; si pudieras reconocerlo, sufrirías menos. Cuando registramos nuestras sombras, éstas pierden fuerza sobre nosotros.

-Sigo sin entender; vos me estás diciendo que debiera estar contenta con sentirme amada por mi marido, y que no me preocupe si él ama -y de paso se coge- a cuanta mujer quiere?

-Estás tan irritada que se resulta difícil conversar, -dijo la tía con delicadeza.

La sobrina acusó el golpe y decidió bajar dos cambios.

-Salgamos un poco del tema de la sexualidad porque es muy irritativo, -propuso la tía. -El caso es que aunque no lo veamos o estemos dispuestos a reconocer, queremos ser los únicos. Eso nos viene de nacimiento. El bebé no quiere que la mamá se distraiga. No solo queremos ser amados sino que exigimos ser los únicos amados. De esa situación se desprenden casi todas las aberraciones humanas.

-¿A qué te referís?

-¿Qué es la búsqueda de poder, de reconocimiento, de fama, sino el profundo anhelo de subsanar esa carencia? Nos pasamos la vida buscando esas cosas, en el afán de poder subsanar nuestras heridas. Sin embargo, esos caminos no nos llevan a donde esperamos…

-¿Y a dónde nos llevan?, -preguntó la sobrina con tono desafiante.

-A mayor frustración. Ni la fama, el reconocimiento, el poder o el dinero pueden darnos ese amor que buscamos. De ahí que los millonarios quieran seguir cosechando millones; los presidentes quieran ser reelegidos indefinidamente, y que los famosos estén dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el centro del escenario.

Irónicamente, en el fondo de su corazón no tienen ni la paz ni la plenitud del amor, sino lo contrario. Ansiedad por tener que seguir manteniendo, con mucho esfuerzo, esa posición que lograron. Y angustia por temor a perderla, cosa que tarde o temprano siempre termina sucediendo…  Como verás, nada de eso tiene que ver con el amor.

La sobrina estaba pensativa y callada, procesando aquellas palabras. Después de un rato, preguntó:

-¿Y entonces?

-Tenemos que poder dejar atrás nuestra emocionalidad precaria. Ser capaces de ver que salimos de nuestra infancia sin ser amados y que nos pasamos toda la vida reclamando y buscando eso de la forma más alevosa o la más sutil. Pero en el fondo es siempre la misma búsqueda. Y por los mismos caminos equivocados que no pueden llevarnos a otro lugar que no sea el fracaso.

-¿Y cómo dejamos atrás esa emocionalidad precaria o infantil?

-Registrando. Reconociendo que no fuimos amados en forma perfecta, porque nuestros padres no lo eran. Dándonos cuenta que en un determinado momento llegamos a la conclusión, -equivocada por supuesto-, que la búsqueda de fama, reconocimiento, poder o dinero, nos daría ese amor que no tuvimos. Y después, despertando.

-¿Y cómo se despierta?

-Hay una historia muy buena de una persona que se encuentra con su enemigo. Empieza a escapar y pese a sus esfuerzos termina acorralado. Su rival está a punto de vengarse matándolo, y en tono desafiante le pregunta: -¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer? La víctima le dice: -«puedo despertar». Así lo hace, y la pesadilla termina. Nosotros podemos elegir despertar para no seguir perdiendo el tiempo y sufriendo en la búsqueda de caminos equivocados.

-Yo no sé si puedo soltar mis apegos, -dijo la sobrina con sinceridad. -Por ejemplo, y más allá que entienda tus palabras, no sé si podría soportar que mi marido me engañe.

La señora mayor escuchaba apacible. Con gran delicadeza, dijo:

-Dejemos el tema de la sexualidad de lado un rato porque lamentablemente es muy urticante. Lo importante es entender que si no soltamos nuestros apegos -la mayor cantidad posible-, será imposible que tengamos paz y por ende amor. A mayor cantidad de apegos a nuestras ideas acerca de cómo debe ser la realidad, más sufrimiento.

-Por eso es mejor despertar. La madurez es sinónimo de amor y nosotros fuimos hechos para amar. Solo que para hacerlo tenemos que ser maduros. Pero nos cuesta mucho porque en la infancia no recibimos lo que necesitábamos. Entonces nos pasamos la vida tratando de compensar,  ignorando que las compensaciones no compensan.

La sobrina escuchaba en silencio mientras su tía terminaba de exponer sus ideas.

-De ahí la importancia de crecer, madurar. Recién ahí podemos escuchar todos los problemas, hablar de todos los temas. Ya no reaccionamos como si el otro nos estuviera haciendo algo a nosotros, sino que entendemos que es su vida, su búsqueda, y que lo único que podemos hacer es conducir la nuestra lo mejor posible. Pero nunca tratar de organizar la de los demás en función de nuestras necesidades o carencias.

Después de un largo silencio, la sobrina volvió a la carga.

-¿Qué le dirías a la hermosa mujer engañada de la que te hablaba al principio? ¿Que el marido es un fenómeno?, -provocó.

-Para nada, -contestó la señora mayor con ternura. -La abrazaría mucho y le diría que su marido es inmaduro, como la mayoría de los seres humanos. Venimos a esta vida para crecer y madurar. Y lleva toda la vida. Le contaría que su esposo todavía no conoció algo superior que es un encuentro sexual que involucre la parte más espiritual del ser humano. Le recomendaría que tuviera paciencia porque es posible aunque no seguro que él crezca.

Y también, la estimularía a madurar. Su pareja no es el único inmaduro. Ella también pretende que todo el mundo se acomode a sus necesidades y eso no va a pasar nunca. Podrá elegir entre seguir sufriendo o soltar sus apegos.

-¿O sea que para que el mundo no tenga que acomodarse a nosotros, cosa que suena sensata, vos proponés que ella se acomode a su marido y al mundo…, -volvió a provocar la sobrina.

La tía sonrió con benevolencia.

-Vos lo llevás a un plano en donde gana uno o gana el otro. Y yo estoy hablando de otra cosa.

-¿De qué cosa estás hablando?

-Esa mujer puede hacer muchas cosas. En mi opinión, la única que no le recomendaría es que exija al otro que haga lo que ella quiere. No lo va a conseguir y sufrirán mucho todos. En cambio, puede comprender al otro y a sí misma. Decidir, si le resulta intolerable, emprender otro camino. Aunque debe saber que es muy probable que en el futuro se encuentre en la misma situación.

En la vida no hay soluciones tan mágicas como cortar el nudo Gordiano. Tenemos que aprender a transitar y convivir los conflictos. Si ella decide este camino y lo hace con amor, se abren muchas posibilidades. La primera y más importante, es su propio crecimiento. Y tal vez, su amor ayude a que su pareja madure. Pero eso no depende de ella por lo cual no debe especular ni ilusionarse. No es una inversión que realiza para que su marido cambie, sino un camino que decide transitar con amor. Y que el otro se haga cargo de su vida, sus decisiones y elija su propio sendero.

Sin mucho más que discutir, la sobrina sonrió.

-Sabias palabras, -dijo con gratitud.

-En síntesis, ama y haz lo que quieras. Ama, y después elegí con libertad. Siempre desde el amor y nunca desde la exigencia. Por los demás, y sobre todo, por vos misma.

Artículo de Juan Tonelli: No nos basta con ser amados; queremos ser los únicos amados.

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