Cuando Mariano tenía 22 años, se enamoró de Martina, una encantadora chica de 19 . Pese al excepticismo familiar por la escasa edad de ambos, la pareja fue consolidándose. Cinco años después decidieron irse a vivir juntos, y celebraron la década de amor casándose.

Al momento de contraer matrimonio, Mariano estaba enredado con Eugenia, una jovencita de 20. Como él ya era un hombre con cierta madurez, nunca dudó en dejar a su mujer por esta aventura. Y si bien estaba incendiado con el nuevo romance, confiaba en que se diluiría igual que otros anteriores.

Fueron pasando los años y la relación prohibida, en vez de desaparecer, se afirmó. A Mariano no se le ocurría dejar a su esposa, porque era feliz con ella. Pero por otra parte, no quería perderse a Eugenia. El tiempo transcurría y más allá de las angustias, culpas, disociaciones y el esfuerzo inevitable que genera una doble vida, todo seguía firme.

Tan sólido, que en algunas oportunidades Mariano había ayudado mucho a los padres de su novia. Ellos, pese a no estar muy contentos con que su hija fuera la segunda, aceptaban la situación porque lo consideraban a él muy buena persona. ¿Confiaban en que algún día se separaría de su mujer para elegir a la nena, o solo tomaban la vida como tal venía? Más allá de las hipótesis, los suegros suplentes siempre eran buenos compañeros.

Cuando Mariano cumplió 40, decidió con su mujer tener hijos. Casi en simultáneo, la novia empezó a pedir lo mismo, pese a tener solo 30 años de edad. Una década de pareja -aunque fuera en el banco de suplentes-, la habilitaban a ese anhelo.

Mariano resolvía el asunto como la mayoría de los seres humanos, difiriendo el problema. Mientras tanto, seguía yendo todos los días a ver a su novia, y recién a la salida iba para su casa. Esta situación que podía ser muy cansadora para cualquiera, era normal para él. A veces tenía ganas de simplificar un poco su vida, pero después de intentar nadar contracorriente un rato, se dejaba fluir y todo volvía rápidamente a su cauce normal con ambas mujeres.

Al cumplir 10 años con su novia, Mariano decidió llevarla a un hotel de lujo. Pasados de copas, ella dejó caer una frase aterradora: -«Pero gordo, ¿vos te creés que yo no hablo con Martina?»

A Mariano se le heló la sangre. Fue tal el miedo, que ni se animó a preguntar si era verdad o solo una broma pesada. Hicieron el amor, durmieron, y al día siguiente cada a uno se fue a su casa.

Sin embargo, Mariano no pudo sacarse el tema de la cabeza. Analizándolo fríamente, era muy posible que Eugenia hubiera hablado con Martina. No porque se conocieran de algún lado, sino por la simple razón que compartían un hombre desde hacía 10 años. Se puso a pensar en cómo podía ser que la vida lo hubiera traído a estas playas. Nunca había imaginado que tendría una doble vida y encima tan extensa.

Mucho menos, pensarse estando con ambas todos los días. Aún más ridículo parecía la naturalidad con la que los padres de Eugenia lo aceptaban cotidianamente como el novio de la nena, omitiendo que su hija era la clandestina. Y qué decir de ella, que vivía con normalidad algo que no lo era, al menos para los parámetros occidentales.

Mariano no se animaba a preguntarle a Eugenia si era cierto, y mucho menos a su esposa. Si bien le parecía que era perfectamente posible que su mujer supiera de esta situación, no estaba dispuesto a correr el riesgo de comprobarlo. ¿Su esposa ya habría aceptado esta realidad? ¿No sería el desquicio final? Si como decía el poeta español, «los que buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla», Mariano no quería ningún castigo, ni encontrar nada.

La pregunta acerca de cómo había llegado a esta situación, le rompía la cabeza. La respuesta era la misma que para tantos otros órdenes de la vida: sin saber cómo. Fluyendo.

¿Qué era lo equivocado; la realidad, o sus ideas acerca de cómo debían ser la cosas?

Sin poder salir de su laberinto, se quedó dormido al lado de su esposa.

Artículo de Juan Tonelli: La realidad excede tus conceptos.