Un grupo de científicos realizó una investigación destinada a ver el impacto del stress y angustia extrema en la salud. Seleccionaron dos grupos de ratones; a uno lo colocaron dentro de un pequeño tanque australiano lleno de agua hasta la mitad. Al otro, en cambio, lo arrojaron en una laguna.

El primer grupo tuvo una expectativa de vida inferior a una hora. Al parecer, si bien los ratones nadaban sin problemas, les tomaba pocos minutos darse cuenta que no tenían escapatoria de ese tanque australiano, ya que resultaba imposible subir la resbaladiza y larga pared metálica. Esa certeza fatal determinaba una muerte muy prematura. Como contrapartida, el segundo grupo tenía una sobrevida de entre 8 y 12 horas nadando antes de morirse.

En el en el primer grupo, la causa de muerte se debió principalmente a infartos cardíacos, atribuidos a la vivencia de una situación sin salida.

El segundo grupo, al poder nadar en grandes extensiones, mantenía las esperanzas y presentaba una sobrevida mucho mayor. La muerte no era producto de una falla cardíaca como en el primer grupo, sino debido al ahogo por inmersión (como consecuencia del agotamiento físico).

La diferencia que posibilitó que ratones similares pudieran ser capaces de nadar hasta doce horas, o morirse en menos de 60 minutos, no fue el estado físico, sino la esperanza (o la ausencia de ella).

Artículo de Juan Tonelli: Impacto de la esperanza en la vida