«-Pero dejate de joder Guido, si estás bárbaro!»

«-Estaré bárbaro pero veo peor, escucho peor, no se me para como antes, duermo peor, mi digestión es peor, el chorro del meo tiene menos fuerza, me duele la cintura… Los signos de la decadencia no pueden ser más claros. Y lo peor de todo, es que va a ser peor, mucho peor. Lo que viene por delante es solo declinar.

Como le decía una anciana rusa a mi padre, “que triste que es asistir a la destrucción de uno mismo…»

Los lapidarios comentarios descolocaron a Marcelo unos instantes. La realidad que había descripto Guido era tan cierta como implacable. ¿Había algo bueno en envejecer?

«-Vos cambiarías cómo vivís ahora por cómo vivías cuando eras adolescente, o cuando tenías veinticinco o treinta y cinco años?» Guido se quedó pensativo.

¿Te gustaban aquellos niveles de inseguridad y angustia? ¿Preocuparte por las estupideces que te preocupabas? ¿Vivir tu vida tratando de impresionar a los demás, intentando infructuosamente, que todos te aprobaran, todo el tiempo? ¿No saber qué querías y soñar con que cualquier bondi te dejaba? ¿Preferirías seguir viviendo así?»

La contraofensiva de Marcelo golpeó a Guido. Por más nihilista que fuera, no quería vivir como antes. Había vivido muy mal, todo el tiempo angustiado, tratando de cumplir mandatos e impresionar a todo el mundo, intentando satisfacer a todos. Los años, además de traer presbicia y otras limitaciones físicas, habían traído crecientes grados de libertad. Y no quería resignarla.

«-La verdad que no; ¿pero por qué la vida tiene que ser así? ¿Por qué la sabiduría y el cuerpo son dos curvas con pendientes opuestas? Es como que en la medida que aprendemos a manejar mejor el auto, nuestro vehículo está cada vez peor; un contrasentido, por no decir una burla. La experiencia es un peine que dolorosamente adquirís para cuando te quedás pelado», sentenció casi con enojo.

«-Si lo mirás bajo la perspectiva de que venís a este mundo para lograr cosas, el decaimiento físico es terrible. Si creés que el sentido de la vida es ser un self made man, estás jodido. Pero si en cambio comprendés el sentido profundo de la vida, la perspectiva cambia…»

«-¿Y cuál es el sentido profundo de la vida?, preguntó Guido casi con fastidio.

«-Nosotros venimos a este mundo a amar», sostuvo Marcelo con enorme paz interior. «-Pero no el amor de las películas. Amar es poder encontrarse con el otro. Poder recibirlo tal cual es, mostrándonos tal cual somos. Sin pretender cambiar ni mucho menos, utilizar al otro.

Claro que para eso se requiere un grado importante de madurez. Desechar fantasías, poder ver a la persona que tenemos enfrente tal cual es y no cómo querría o me convendría que fuera. Elegir que el prójimo no sea un medio para que yo satisfaga mis seguridades afectivas, económicas, u otras carencias. Registrarlo y respetarlo tal cual es. Siendo nosotros tal cual somos.»

«-Pero arrancamos hablando de lo difícil que es aceptar el envejecimiento y ahora me salís con esto, más propio del Dalai Lama que de lo que estábamos hablando…», protestó Guido, intentando llevar nuevamente la conversación al punto que a él le interesaba.

“- Hace poco estabas tenso y pendiente de que tu práctica de yoga produjera los resultados que querías. Aunque no lo formularas así, le pedías que te diera tranquilidad y eterna juventud. En el fondo, querías que te ayudara a controlar la realidad. Y eso nunca resulta.

Encima, en vez de aprender a envejecer bien, tratabas de detener el envejecimiento,  hecho que siempre será muy angustiante porque la pérdida va a estar igual. Y más allá que sean parte de la vida, es bueno tener problemas y limitaciones porque nos protegen de la omnipotencia”, aguijoneó Marcelo.

“- Tenés que aprender a vivir. Aprender a llevarte a vos mismo en medio de las limitaciones. Ese es el verdadero arte de vivir. El bienestar no es sentirse bien sino saber llevar bien el cómo uno se siente. No esperar ni desear que la realidad se ajuste a nuestras ideas, deseos y fantasías. Eso ocurre raramente y es la mayor fuente de frustración e infelicidad.

Y en los escasas ocasiones que pasa, nos produce una gran angustia por el miedo a perderlo, y todos los enormes esfuerzos para mantener eso tanto esfuerzo nos costó lograr, y que íntimamente sabemos que también lo perderemos. Por eso es tan importante apreciar nuestra capacidad de vivir; percibir qué sentimos y averiguar cómo queremos vivir.”

Ante los ojos absortos de Guido, Marcelo prosiguió: “-La gente que se queja toda la vida porque no quiere atravesar el dolor de cambiar. Pero debemos aprender a tenernos a nosotros mismos. Educarnos en no necesitar que nos acompañen para sentirnos bien. Dejar que el otro pueda decir lo que quiera, pero no depender de su confirmación. La vida siempre será compleja hasta el final de la peregrinación, pero el crecimiento interior nos va a permitir no querer vivir la vida de los demás.»

Guido experimentó un profundo alivio al escuchar tantas verdades liberadoras. Qué maravilla escucharlas, y qué difícil incorporarlas, pensó. Igual, la vida era un contendiente implacable.

Como decía su maestro: «si las entiendes, las cosas son lo que son; y sino las entiendes…las cosas son lo que son.»

Artículo de Juan Tonelli: El arte de vivir.

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