“-Tu tema es la libertad”, le dijo la terapeuta con delicadeza.

Nicolás se sorprendió. Siempre había considerado que su problema era el reconocimiento. Al igual que tantos seres humanos, su necesidad de sentirse querido, importante, lo llevaba a buscar logros que le permitieran sentirse valorado.

“-¿Por qué lo decís?”, preguntó.

“-Porque es tu tema. Tu búsqueda de reconocimiento no es lo central. Está claro que como todo hijo del medio has sentido que no existías, y que la mirada de tu madre nunca se posaba  sobre vos. Es una situación prototípica. Por eso muchos grandes conquistadores no fueron los primogénitos, habitualmente sobre exigidos, sino los segundos…”, continuó la terapeuta.

“-Sin embargo, tu característica central, a mi modo de ver, es la búsqueda de la libertad”, completó.

Libertad no era una palabra más para Nicolás. Reflexionando lo que acababa de escuchar pudo ver que a lo largo de su vida había estado muy presente la búsqueda de libertad. Rápidamente vinieron a su mente diversas imágenes.

El común denominador era su extrema sensibilidad a cualquier relación o situación en la que sintiera que le faltaba libertad o espacio existencial. Tan pronto experimentaba algo así, se escapaba.

“-¿Por qué creés que es la libertad y no la búsqueda de reconocimiento?”, preguntó Nicolás intentando encarar sus propias sombras.

“-Porque la búsqueda de reconocimiento es tu parte inmadura. Es un tema que nos pasa a todos, hasta que maduramos. Claro que algunos no maduran nunca…”, dijo la terapeuta con una sonrisa.

“-¿Por qué?

“-Porque  la búsqueda de reconocimiento necesariamente remite a la poca atención que nos dieron en la infancia. Y uno se pasa buena parte de la vida tratando de compensar esa situación. Obviamente que nuestros esfuerzos no sirven para nada porque el agujero existencial es otro.

El prestigio y la fama no sanan el amor y la mirada que no tuvimos. Al revés; como producen un efecto similar al amor genuino, nos terminamos volviendo adictos a un alimento que en realidad, es comida chatarra…”, soltó la terapeuta.

“-Pero en el fondo, no es un tema existencial que surja de lo profundo de nuestra alma, sino más bien de nuestro corazón herido.”

“-¿Y te parece que un corazón herido es superficial? Hay personas que toda su vida es una reacción a una herida en su corazón…”, provocó Nicolás.

“-Por supuesto. Esa es una opción, que de hecho es muy frecuente. Pero el mejor camino es madurar. Darse cuenta, para no hacer nuestra vida en función de lo que nos pasó, y poder empezar a vivirla en función de lo que somos, y de nuestras circunstancias», contestó con delicadeza la terapeuta.

“-¿Y por qué decís que mi tema es la libertad?, preguntó Nicolás, quien seguía sin entender bien.

“-Porque es lo que más te importa. Para vos la búsqueda de la libertad es vocacional. No es ninguna reacción a una experiencia traumática. Sos un peregrino, un caminante, un buscador. Querés conocer, crecer, ir más allá. Y tenés una sensibilidad altísima a cualquier vínculo o situación que vos sientas que te coarta o limita”, amplió.

Nicolás pensó en que si bien había sido un alumno con buena conducta , y luego un empleado excelente, siempre había tenido dificultades con la autoridad. En el fondo de su alma, no le gustaba sentirse subordinado a un poder, ni que le dieran órdenes, ni quedar enmarcado en una organización. El auténtico anarquista. Pendulaba entre cumplir con las expectativas y atender a la mirada del otro, y por otra parte, sentir una especie de claustrofobia emocional.

Nunca estaba conforme en el lugar existencial en el que estaba. Había realizado una excelente carrera universitaria para luego, ser el último de su camada en ingresar a una empresa. ¿Para qué se había apurado tanto en graduarse? Para ser el mejor. Sin embargo, lo natural que hubiera sido empezar a trabajar en alguna de las grandes empresas que le ofrecía inmejorables condiciones, le resultaba intolerable. ¿Cómo  haría para acomodarse a sus parámetros?

Finalmente, después de un par de años de dar vueltas, no había tenido más remedio que buscar un empleo en alguna organización. Encontró uno bueno, aunque la tensión entre ser el alumno aplicado, y querer sacarse de encima cualquier condicionamiento, era una constante. Nicolás quería ser libre, no sentirse encerrado.

Ni hablar con el matrimonio. Después de un tiempo de relación, su novia había empezado a hablar de casamiento y a él le daba pavura. Hubo varios cortes debidos a la creciente presión de ella y la resistencia de él a avanzar.

Nicolás tenía mucho miedo de equivocarse y que su vida se volviera un infierno. Como decían en Estados Unidos, «si funciona no lo arregles». ¿Para qué casarse si estaban bien así? ¿Él no quería reforzar los muros de su celda, sino siempre dejar entornada una puerta por la cual escaparse fácilmente si fuera necesario.

«-¿Te parece que es una vocación? Muchas veces siento que mis anhelos libertarios son una pulsión. Algún mecanismo de supervivencia emocional a consecuencia de alguna otra experiencia traumática que viví. Siempre necesito dejar los puentes intactos, no sea cosa que tenga que volver para atrás», se autoincriminó Nicolás.

«-¿Y eso qué tendría de malo?», preguntó la analista.

«-Que me he pasado la vida buscando. A veces me pregunto si para encontrar petróleo no es necesario elegir un lugar y cavar, cavar y cavar. Yo soy como un explorador perpetuo…», dijo él lacónicamente.

«-Tu vida no es testimonio de lo que estás diciendo», le retrucó inmediatamente la terapeuta.

 «-¿Y de qué es testimonio mi vida?»

«-Nadie llega tan lejos en tantas actividades y tan diversas como has llegado vos, solo como reacción a sus heridas emocionales», dijo la terapeuta con convicción.

«-¿No?», preguntó él dubitativo.

«-No», respondió tajante ella. «-El dolor puede ser un buen combustible, pero en todas las actividades que llegaste muy lejos había una fuerte conexión tuya con ellas. Una sensibilidad especial. No has sido ningún explorador perpetuo. En muchos lugares has cavado lo suficiente para encontrar petróleo y vos lo sabés», dijo la analista.

Nicolás no quería perder tiempo escuchando elogios. Él quería la verdad, no que le endulzaran sus oídos.

«-¿Y entonces por qué no puedo parar de buscar?», insistió Nicolás.

«-Porque es tu búsqueda de sentido. Necesitás encontrar un significado y no te contentás con cualquier cosa. Me parece que es algo muy bueno, aunque a veces te resulte angustiante no haberlo encontrado.»

«-Creo que tu camino tiene una orientación muy interesante, y vos ya sabés para dónde querés ir y para dónde no. Claro que eso no es definitivo porque los seres humanos cambiamos, y las circunstancias también. Entonces, no existe nunca la certeza de que encontremos el rumbo final, que guiará nuestros pasos por el resto de nuestras vidas. Lo buscamos porque no toleramos la incertidumbre, que nos produce mucha angustia. Y si bien es comprensible, no es aceptable, porque la falta de certezas será una constante de la vida, que nos obliga a aprender a convivir con ella, en vez de insistir en garantizar lo que no se puede asegurar», completó la terapeuta.

Nicolás escuchaba aquellas palabras reconociendo su verdad.

«-¿Y qué tenés para decirme de mi claustrofobia emocional?», preguntó.

La terapeuta reflexionó unos instantes, y le dijo:

«-Que todavía seguís siendo muy duro con vos mismo. La misma definición de claustrofobia emocional es muy descalificatoria con tu persona. A mí modo de ver, creo que esa sensibilidad a quedar encerrado, atrapado en vínculos o situaciones no tiene tanto que ver con tu miedo a equivocarte, como en la posibilidad de no poder llegar a donde querés ir. Por eso decía que a mi entender, tu tema es la libertad. Y ese anhelo tuyo es tan fuerte al punto de llegar a confundirse con lo que vos llamás claustrofobia emocional. Más que llamarlo de esa forma tan negativa, diría que vos querés ser libre. No cargar con nada ni nadie que te impida encontrar tu camino, tu sentido. Y está claro que nadie podría decir que vos has sido una persona poco comprometida, ¿o me equivoco? ¿Acaso en tus vínculos afectivos, o en tus responsabilidades profesionales o familiares, has sido alguien que se escapa, que no se hace cargo?», preguntó la terapeuta.

«-La verdad que no», reconoció Nicolás. «-Sin embargo, siento que muchas veces he tenido dificultades para hacerme cargo. Por algo soy tan delgado. En el fondo, no quiero cargar con nada, ni con unos kilitos de más…», conjeturó.

«-Pero eso era antes», lo corrigió suavemente la terapeuta. «-Maduraste, creciste, y hoy te hacés cargo de muchas cosas. Es cierto que en el pasado no pudiste. Sino te hacías cargo ni de vos mismo por tu propia desconexión emocional; -¿cómo ibas a hacerte cargo de otros? Pero desde que empezaste a reconectar todos tus circuitos interiores, creo que te hacés cargo de vos mismo y de muchas otras personas y situaciones», describió ella con benevolencia.

«-Cuando esté bajo de autoestima ya sé que te tengo que venir a ver, así me la subís», bromeó Nicolás.

«-Es cierto», le respondió su terapeuta. «-Pero sólo hasta que termines de aprender a verte a vos mismo, y seas capaz de reconocer todo lo bueno que hay en vos. Y ese es el desafío: parar de buscar para poder encontrar.»

«-¿Encontrar qué?», preguntó Nicolás.

«-Encontrar todo lo que la vida te da», contestó ella.

«-¿Y por qué pensás que no lo veo?»

«-Por la misma razón que todos los seres humanos. Porque tenés miedo de abrirte a lo desconocido, y porque tenés ideas demasiado rígidas acerca de cómo debiera ser la vida. Pero no te preocupes. No es nada que el tiempo no cure», dijo la terapeuta con una sonrisa.

«-¿Entonces sólo es cuestión de tiempo?», preguntó Nicolás con algo de sarcasmo.

«-No. De hecho, millones de personas eligen no aprender lo que la vida les enseña. Pero no parece ser tu caso. Igual, en última instancia, siempre se trata de tu libertad», explicó ella.

«-¿Libertad de qué?»

«-De elegir la verdad. La verdad, abre la puerta a la libertad. Y la libertad, al amor. Sin verdad no hay libertad y mucho menos amor «, dijo la terapeuta. «-Y sin amor, no hay vitalidad ni vida.»

«-Me parece que dejamos acá», dijo Nicolás entre risas, asumiendo que tenía demasiada sabiduría para procesar.

Artículo de Juan Tonelli: Aprendiendo a llevarse a uno mismo.

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