Ricardo Mutti es considerado uno de los mejores directores de orquesta del siglo
20 y también de este siglo. En el año 2010 le dieron el premio al “músico del
año”.
En el breve discurso que dio al recibir el premio, la primera parte se dedicó a
burlarse de los directores musicales, a burlarse de sí mismo. Básicamente dice
que la tarea del director no tiene ningún valor, que se limita a mover la batuta,
pero que la orquesta funciona sola. Y que cuando el director escucha los aplausos
es que la obra se terminó, así que simplemente tiene que saludar, agradecer, e
irse.
Pero después deja el humor, se pone serio, y en dos minutos se enfoca en lo
importante.
Cuenta que cuando tenía veintisiete años aprendía con un célebre director
llamado Vittorio Gui. Un día, el gran maestro que por entonces tenía noventa
años, le dijo:
-Mutti, que lástima que justo ahora que estoy tan cerca de la muerte, estoy
aprendiendo a dirigir… El arte de dirigir, no es solo marcar el ritmo. Lo
realmente importante es captar el alma de los músicos. La clave es ser capaz de
percibir los sentimientos de los músicos. Si uno percibe los sentimientos, las
notas salen solas, porque las notas son solo la consecuencia inevitable de los
sentimientos…

Pensaba en cuánto mejor sería nuestra vida si fuéramos capaces de prestar
atención y percibir las emociones y los sentimientos de las personas con las que
vivimos, trabajamos, interactuamos.
Tantas veces nos quedamos solo con las palabras que escuchamos, que nos dicen,
incapaces de conectar con la emoción, el sentimiento que subyace en esa
persona. Y si no podemos darnos cuenta de qué es lo que siente, cuál es la
emoción que lo está dominando, nuestra interacción será muy pobre. Nos
quedaremos en la superficie, discutiendo racionalidades, por no decir
banalidades…
Cuantas discusiones evitaríamos si pudiéramos poner sobre la mesa las
emociones que sentimos en lo profundo. ¿Qué sentido tiene discutir razones si no
estamos pudiendo decir que nos sentimos desvalorizados? ¿O que tenemos miedo
de que nos abandonen? ¿O que nos duele lo que pasó?
Vivimos protegiéndonos de esas vulnerabilidades pero el precio que pagamos por
ello es muy alto. Una gran desconexión de nosotros mismos y con el otro.

¿No sería mucho mejor poder expresar lo que nos pasa, lo que sentimos? ¿Ser
capaces de escuchar lo que la otra persona no puede o no se anima a expresar,
pero siente? ¿Cómo serían nuestros vínculos si nuestros diálogos detectaran y
plantearan lo que realmente sentimos? ¿Tendríamos menos desencuentros? ¿Más
conversaciones profundas, sanadoras?
Alguien dijo que la seguridad no es la ausencia de peligros, sino la capacidad de
sentirnos conectados. ¿Con quién? Con nosotros y con los demás. Saber que no
estamos tan solos. Dejar de sentirnos aislados.
La experiencia de sentirnos conectados lo cambia todo. Nuestra vida, y la de las
personas que tenemos cerca y con las cuales podemos construir puentes reales.
¿Y vos? ¿Qué cosas piensas que te impiden conectar con las emociones que
sientes? ¿Por qué te cuesta tanto percibir lo que realmente le pasa al otro, y te
quedas discutiendo en la superficie? ¿Cuáles son esas vulnerabilidades de las que
estás escapando al desconectarte de vos mismo y de los demás?