Hashim había nacido en 1916 en Peshawar, un pueblo de la India Británica. Su padre Abdullah, era mozo del club de los oficiales militares, y con frecuencia llevaba al pequeño Hashim para que lo acompañara en su trabajo. El niño tenía terminantemente prohibido practicar deporte alguno, ya que las instalaciones eran de uso exclusivo de los británicos.

Con el correr del tiempo, un deporte llamó la atención de Hashim: aquél que jugaban sólo dos personas, en un cuarto amplio en donde ambos corrían en forma frenética y con sus raquetas pegaban alternadamente la pelota contra un frontón. A fuerza de mirar durante horas los partidos de squash, los militares británicos le ofrecieron que fuera ball boy -el que va a buscar la pelota cuando se va afuera-. La tarea no era remunerada y ni siquiera lo habilitaba a jugar a ese deporte que tanto lo interesaba, pero el joven estaba contento de poder estar cerca de su pasión.

El tiempo fue pasando, y Hashim decidió probar cómo era jugar a ese deporte. Como no tenía zapatillas -mucho menos raquetas o pelotas, decidió hurgar en el tacho de basura para encontrar algunas rotas o abandonadas. Arregló lo mejor que pudo una raqueta partida, y pegó con adhesivo una pelota reventada. Descalzo pero orgulloso por su nuevo «equipamiento», cruzó la puerta de la cancha y sintió una gran emoción. ¿Sería porque finalmente podría probar el juego? ¿O porque temía que algún inglés volviera a buscar algo olvidado, lo sorprendiera y echara de la cancha, y también echara a su padre del trabajo que permitía comer a toda su familia? Pese al miedo, golpeó la pelota con su raqueta por primera vez, y volvió a emocionarse al escuchar el característico chasquido que la bola hacía al aplastarse contra el frontón. Miró para las tribunas asegurándose que no hubiera ningún británico amenazante, y volvió a pegarle a la pelota un rato, hasta que la misma terminó de despedazarse.

Las días siguientes empezaron a tener una nueva rutina: acompañar a su padre al club, esperar pacientemente que los británicos terminaran de jugar y se retiraran, y cuando el club estuviera vacío, entrar a la cancha y pegarle a la pelota reparada hasta que fuera imposible seguir jugando o porque la raqueta se volvía a romper en forma definitiva, o porque el caucho de la bola se desgajaba sin remedio.

Así pasaron las semanas, los meses, los años. Un día, los oficiales británicos se dieron cuenta que Hashim jugaba mejor que nadie, y si bien no estaban dispuestos a reconocérselo, le concedieron el favor de practicar con ellos cuando a alguno le faltara acompañante. Por más trampa que le hicieran, él seguía sonriendo y ganándoles. Por más desprecio que le demostraran, él permanecía inmutable.

Wembley era el complejo polideportivo más importante de Londres, y la catedral del squash, ya que ahí se jugaba el British Open, torneo más importante del mundo. En la primavera de 1951, la realidad vengaba a la historia: un estadio repleto de británicos observaba por primera vez como un pakistaní se adueñaba de la final. Sería el primero de los siete British Open que Hashim Khan ganaría, y que los ingleses no tendrían más remedio que ver desde la tribuna.