Mis padres emigraron de Grecia y de Italia y se conocieron en Argentina. A los 5 años de haberse casado nací yo.
Mi primera lengua fue el italiano. Comencé la escolaridad sin saber el castellano.
Mi madre era ama de casa y sufrió mucho el desarraigo de su país de origen.
Mi padre era un trabajador incansable que procuraba nuestro bienestar.
La relación entre ellos era muy mala, violenta. Así y todo, ellos pudieron recomponer.
Cuando yo tenía 23 años falleció mi padre. No alcanzó a verme como profesional y como madre.
Mi vida amorosa no fue buena. No he podido mantener una familia tradicional. Crié a mis hijos lo mejor que pude. El mayor vive en Europa y la más chica estudia y trabaja.
Siempre me sentí viviendo como en un refugio. Tal vez porque mis padres se “refugiaron” en la Argentina luego de la Segunda Guerra Mundial. O por refugiarme en la intelectualidad para hacer frente a la violencia vivida en casa cuándo era niña. O quizás por las elecciones amorosas plagadas de dolor y sufrimiento.
Actualmente soy coordinadora de un refugio de víctimas de violencia. Desde mi profesión alivio el dolor de otros, parecido al que viví yo. El sufrimiento vivido me sirvió para apaciguar el dolor ajeno.
Alejandra

Aunque nos cueste descubrirlo, el sufrimiento tiene un sentido.

No somos los mismos después de haber sufrido.

Si te parece que la historia puede aportar algo a otras personas, compartila.

Si queres contarme la tuya con fotos o sin ellas, escribime  a jotateuno@gmail.com O en forma anónima ingresando a www.juantonelli.com

La ilustración es de @whiterabbitarte