A los 21 años conocí a quien creí que era el amor de mi vida. Le tomó meses ir  conquistándome, hasta que empecé a salir y disfrutar de su compañía.
Era amigo de mi hermano y cuando le conté que estaba saliendo con él, me advirtió: “no se casa con nadie”.
Hice oídos sordos y en tres meses nos comprometimos, nos fuimos a vivir juntos y nos casamos.
Poco tiempo después descubrí que estaba embarazada. A lo largo de los 9 meses subí 30 kg.
Nuestra hija nació sana y fuimos muy felices con su llegada.
Con el tiempo nuestra relación se fue modificando. Yo me ponía celosa, él distante.
A lo largo de 13 años de matrimonio fue comprobando que era mujeriego.
Tuvimos altibajos y yo también comencé a serle infiel.
Siempre lo perdoné pensando que era mi culpa por ser gorda y no completarlo. También, por creer que el matrimonio era aguantar.
En una de mis tantas aventuras comencé a salir con un compañero de trabajo 9 años menor que yo.
Me cambió la vida, me enseñó que la pareja es justamente eso: un par, un equipo.
A los dos meses de estar con mi compañero, le pedí el divorcio a mi esposo. Él lloraba y pataleaba. Le conté que me había enamorado de otra persona y que mi amor era correspondido.
Tengo grabada su cara. Para él fue una sorpresa que un hombre más joven y con mejor trayectoria se fijara en mí, la gordita que nadie miraba.
Si bien, nunca me lo había dicho, es lo que percibí y sentí durante años.
Hoy llevo cuatro años de relación, viviendo una vida plena, feliz. Bajé de peso, me siento amada, respetada, escuchada, pero sobre todo aceptada.
Belén
—-
Toda realidad ignorada genera su propia venganza.
Si no nos sentimos aceptados por nuestra pareja; qué estamos haciendo juntos?

Si te parece que la historia puede ayudar a otros compartila.

Si queres contarme la tuya con fotos o sin ellas hacelo a jotateuno@gmail.com O en forma anónima ingresando a “contacto”

La ilustración es de @whiterabbitarte