Los investigadores estaban realizando pruebas con una nueva droga que parecía ser útil para tratar ciertas enfermedades cardiovasculares. Normalmente, el quince por ciento de los pacientes que se prestaban para la prueba, abandonaban la misma antes que ésta terminara. Sin embargo, un dato llamó mucho la atención a uno de los investigadores: si bien el porcentaje de deserciones dentro del grupo de las mujeres estaba dentro de lo esperable, en el grupo de los varones, ningún integrante había abandonado la investigación.

Decididos a encontrar cuál podía ser la razón de este comportamiento atípico, el equipo de científicos se dispuso a realizar exhaustivos  interrogatorios. Después de varios días sin descubrir pista alguna, un paciente comentó casi al pasar, que su vida sexual había mejorado sensiblemente desde que formaba parte de la prueba. Cuando  le preguntaron esto a los demás participantes en la investigación, la hipótesis se verificó: los hombres que estaban tomando esta droga cardiovascular, habían mejorado mucho sus erecciones y vida sexual. Esa era la razón por la cual las mujeres que formaban parte de la prueba tenían un nivel de abandono normal, en tanto ni un sólo hombre abandonaba el experimento, impulsados por una nueva y rutilante performance en sus vidas sexuales.

La empresa entonces decidió redireccionar la investigación, para ver si el nuevo desarrollo, más que curar las enfermedades cardiovasculares, servía para la impotencia. Los resultados fueron tan impresionantes, que el laboratorio se encontró frente a un producto muy eficaz, que podría revolucionar la vida sexual de los mayores. Sin embargo, el proceso azaroso recién comenzaba.

Atento a que esta patología era tan vergonzosa para el ego masculino, el laboratorio contrató a una destacada empresa de comunicación para que inventara un concepto que redefiniera la intolerable «impotencia» por una palabra más amigable. Después de muchos estudios y pruebas, se logró el cometido; el nuevo concepto destinado a reemplazar esa palabra innombrable para los hombres, sería «disfunción eréctil». La previsiones del laboratorio estimaban que la prevalencia de la disfunción eréctil era en hombre mayores de 45 años, si bien a partir de los 65 la incidencia era realmente alta.

Los medios de comunicación dedicaron mucho espacio a este tema, ya que el sexo siempre es una temática taquillera. Tan pronto el producto llegó al mercado, empezó a ocurrir un segundo proceso azaroso: el enorme volúmen de ventas sobrepasaba con creces a todo el mercado potencial! Es decir que si todos los mayores de edad tomaban el producto cotidianamente, no alcanzaba para justificar la cantidad del medicamento que se estaba vendiendo.

Qué pasaba entonces? Que el medicamento se había convertido en un producto de performance, y millones de hombres de todas las edades lo estaban tomando con la pretensión de convertirse en grandes sementales. Ya no se trataba de hombres mayores de 65 años, sino que lo tomaban muchos jóvenes de 20 años que querían impresionar a su circunstancial compañera sexual.

Buscando un producto innovador para enfermedades del corazón, se encontró uno que producía erecciones. Buscando ofrecerlo a mayores de edad con disfunciones sexuales, se encontró que lo demandaban hombres sanos de todas las edades.

Artículo de Juan Tonelli: Serendipidad.