Iwao Hakamada empezó a trabajar a los 16 años en una fábrica de autos. Al cumplir 21 se convirtió en boxeador, y fue escalando posiciones hasta ser uno de los 6 mejores del Japón en su categoría. Conoció a una bailarina de cabaret de la cual se enamoró perdidamente, se casó y tuvo un hijo. Una severa lesión en una rodilla lo obligó a abandonar su carrera boxística. Como los problemas nunca vienen de a uno, poco tiempo después se divorció, y su hijo le quedó a cargo.

Forzado por las circunstancias, consiguió un empleo en una fábrica de miso. Un año después, el dueño de la empresa, su mujer, y dos de sus tres hijos aparecieron apuñalados y en medio de llamas que incendiaban la vivienda.

El ex boxeador fue detenido y acusado por la policía, aunque él se declaró completamente inocente. Como la ley permite 23 días de interrogatorios policiales sin ningún tipo de garantías individuales (ni presencia de abogados defensores, ni testigos, ni cámaras que impidan abusos o torturas), Iwao terminó autoincriminándose y declarándose culpable del asesinato de aquellas 4 personas.

Pese a la falta de pruebas, la Justicia lo condenó a la horca en un fallo dividido. Uno de los jueces que fue obligado a condenarlo, callar la presión recibida y cualquier disidencia, abandonó su cargo tan solo un año después, y en reiteradas ocasiones hizo intentos varios por lograr un nuevo proceso que mostrara la inocencia de Iwao. No lo logró. Desde la nueva Constitución de 1946, 668 personas fueron condenadas a muerte, y 111 esperan su turno de ejecución.

El compañero de celda de Iwao durante 12 años fue finalmente ejecutado, y desde entonces, todo se convirtió en un abismo aún mayor. Iwao no quiso escribirles más a sus familiares, ni recibir visitas. Y el stress psicológico de desconocer cuándo sería ejecutado, lo llevó a tener delirios.

El único condenado a la pena capital que logró salir del corredor de la muerte, estuvo 35 años preso por un doble asesinato que no cometió. Hoy, con 85 años de edad recuerda la angustia de todas las mañanas a las 8 hs, cuando podía escuchar los pasos del guardia que venía a notificar quién sería ejecutado. «- Todos pensábamos: ¿me tocará a mí? Si no te daban el sobre, podías respirar…»

A los 72 años, Iwao sigue escuchando todos los días los pasos del guardia notificador. En el corredor de la muerte de la cárcel en la que espera ser ejecutado desde hace 42 años, cada mañana se pregunta si ese día le informarán que en una hora terminará su vida. Todos los días también se pregunta si existe alguna diferencia entre él y las personas que están en libertad, ya que todas pueden morir en la próxima hora. Piensa que todos los hombres viven en el corredor de la muerte, aunque aquellos que gozan de libertad física no tengan conciencia de ello, por el simple hecho que no existe el guardia notificador.

Artículo de Juan Tonelli: Quién puede asegurar que estará vivo dentro de una hora?