John llevaba mucho tiempo viajando por EEUU cuando se le metió en la cabeza la idea de conocer al escritor de aquél libro que le había cambiado su vida.

La tarea no era fácil ya que Harvey -el autor-, era una celebridad. Mientras, decidió ir a Detroit en busca de Terry, otro escritor que le gustaba. Y como Terry había sido profesor del famoso Harvey, John le pidió que le gestionara un encuentro.

Dos días después, John descendía del ómnibus Greyhound de aluminio, en la estación de Sarasota. Tomó otro micro hasta Siesta Key, un suburbio dentro de aquella desconocida ciudad. Había quedado en almorzar con Harvey en el restaurant Wild Flower. Cuando se hizo la hora, John vio acercarse a un hombre que si bien no era igual al de la foto de la solapa de su libro de cabecera, definitivamente era el escritor. Mientras una emoción le recorría todo el cuerpo, se acercó y se presentó.

Compartieron un encuentro que para John fue una verdadera fiesta. Escuchó la historia de vida de Harvey, de cómo había sobrevivido a Vietnam y a las secuelas del agente naranja; de la temática de sus libros y de la historia de su primer gran bestseller; de lo que estaba escribiendo ahora. Luego del almuerzo Harvey le dejó su teléfono y dirección, y hasta lo acercó con su imponente Lexus a la estación de ómnibus.

En el viaje de Sarasota a Miami, John reflexionaba fascinado sobre la experiencia vivida. Había conocido a su escritor favorito, quien vivía en un lugar exquisito y con las playas más lindas de EEUU. Parecía tener un estilo de vida maravilloso y sin presiones, viviendo en una imponente casa sobre la playa. John imaginaba qué lindo sería vivir así, levantándose tranquilo y junto al mar, y sin mas problemas que escribir.

Así las cosas, John no tardó demasiado tiempo en volver a Sarasota para ver a Harvey nuevamente. Si bien éste accedió a un nuevo encuentro, el almuerzo no fue tan bueno. El escritor había aceptado para no ser descortés, y la atmósfera forzada se hizo sentir. No obstante, John tomó conciencia que quería ser como Harvey: un escritor, que encima vivía a orillas del mar.

Pasaron diez años para que John volviera a Sarasota por unas vacaciones familiares. Si bien no había avanzado nada en su anhelo de ser escritor, el día que regresó a Siesta Key se sintió muy movilizado. Sarasota representaba su sueño: una playa paradisíaca con un refinamiento extremo; y una vida de escritor en una casa a orillas del mar.

Llamó por teléfono a Harvey y como no lo encontró, decidió ir directamente a visitarlo. Al llegar al exclusivo barrio en el que vivía el escritor, encontró la casa pero no se animó a tocar timbre. Le daba miedo hacerlo, por lo que se justificó pensando que había dejado dos mensajes en el contestador, y que si no le respondía sería porque Harvey se encontraba fuera de Sarasota o hasta por el hecho que podría haberse mudado. Escondiendo su impotencia por no haberse animado a tocar el timbre de la casa, volvió a su hotel.

Al regresar a su país, John pensó más y más en Sarasota. Al igual que el vino, en su cabeza esa ciudad iba perfeccionándose con el tiempo. Soñaba con vivir ahí en una casa sobre la playa, y dedicarse a escribir, sin presiones de ningún tipo, tal como lo hacía Harvey. Los años fueron pasando y para John, Sarasota se fue convirtiendo en su lugar en el mundo.

Una década más tarde las vueltas de la vida lo llevaron nuevamente a Sarasota. Iba entusiasmado aunque algo atemorizado, como si intuyera que su sueño podría lastimarse. Había podido avanzar muy poco como escritor, y estaba muy lejos de dedicarle una parte relevante de su vida a eso que tanto le gustaba. Se hospedó en el mismo hotel de Siesta Key en el que había parado todas las veces que había ido a Sarasota.

A la mañana siguiente salió a manejar tranquilo y aunque no se lo propusiera, fue inevitable pasar por la puerta de la casa de Harvey. Al igual que última vez, decidió bajar del auto y ver si lo encontraba. Volvió a darle miedo tocar el timbre. Bordeó la casa para ver qué vista tenía de la playa. Grande fue su decepción cuando comprobó que a esa altura de la avenida Midnigth Pass Road las casas no daban al mar sino a un canal, que parecía un pequeño río. Si bien la vista era muy linda, durante 20 años John había imaginado a Harvey y también a sí mismo, escribiendo en una casa cuyos ventanales miraban al mar, y no a un canal.

Cuando se dio vuelta para mirar el frente de la casa, la encontró muy descuidada. Las reposeras estaban todas raídas, a tal punto que se preguntó si la casa no estaría abandonada. Como el agua de la piscina estaba en perfectas condiciones, no tuvo dudas de que  estaba habitada.

Las sensaciones eran tan contradictorias que pese a sus miedos, John decidió ir a tocar el timbre. Volvió sobre sus pasos y caminó hasta la entrada principal. Luego de subir la escalinata y ya en la puerta, se encontró con un cartel manuscrito que aclaraba que el timbre estaba roto y que había que golpear. ¿Cómo era posible que semejante mansión, en un barrio tan exclusivo, pudiera estar tan descuidada?

Ya lanzado al ruedo por las circunstancias, golpeó la puerta de vidrio con insistencia. Nadie aparecía. Volvieron los miedos y las excusas, y las ganas de irse para no exponerse a lo incierto. Como tiempo atrás, se justificó pensando que Harvey no estaría o que se habría mudado. Pero haber visto el filtro prendido de la piscina sumado al fracaso de no haberse animado la vez anterior, lo obligaron a seguir adelante. Volvió a golpear la puerta.

Instantes después y a través de los ventanales de la entrada, vio a un señor mayor bajar la escalera. Era Harvey, quien pese a no identificar al visitante, igual abrió la puerta. John le recordó quién era, aunque el escritor, fastidiado por la circunstancia, cerró cualquier posibilidad de encuentro.

Luego de veinte infructuosos segundos en los que trató de conectar de alguna forma, John comprendió que no tenía más remedio que despedirse y retirarse.

Mientras caminaba de regreso a su auto, se sintió más tranquilo. Si bien no había forzado demasiado los hechos como para tratar de conversar un poco más con el escritor, se había animado a golpearle la puerta, y a tratar de entablar algún diálogo. Esta vez no podría autocondenarse por no haberse animado.

Pensó en lo deteriorada que estaba la casa. En lo triste de la situación de que algo tan valioso estuviera tan abandonado. Vinieron a su mente las imágenes de las reposeras raídas, el timbre roto, y el estado general de desidia.

Recordó su desencanto al comprobar que la casa no daba a ninguna playa, y que por ende no había grandes ventanales desde los cuales mirar al mar mientras se escribía.

Pensó en Harvey, que parecía un viejo huraño y hosco. Ya no era más aquél escritor glamoroso. Lo habría sido alguna vez, o era solo la admiración fantasiosa de John? Por otra parte, el hecho que hubieran pasado 20 años sin lograr otro bestseller se notaba en sus finanzas y en su soledad. Uno está lleno de amigos cuando las cosas van bien, y está solo cuando las cosas no van tan bien.

Aunque todo su sueño acababa de caerse como un piano, sintió alivio. El hecho de comprobar que lo ideal no existía en la realidad sino sólo en su mente, le dio paz. Pensó en toda la energía y esfuerzos de su vida que podría haber malgastado tratando de recrear esa vida de escritor en Sarasota.

La realidad le había ahorrado todo ese esfuerzo estéril. Se sintió afortunado. Por lo general, los hombres perdían la mayor parte de sus vidas en subir enormes escaleras, que sólo al final del recorrido quedaban en evidencia que estaban apoyadas en la pared equivocada.

Le vino a la mente que luego de haberlo conocido a Harvey, había intentado ser escritor. Y si no pudo avanzar en ese camino se debió a la enorme exigencia que tenía: su primer libro debía ser el número uno en ventas del New York Times, y a partir de ahí continuar su carrera de escritor consagrado con una casa frente al mar de Siesta Key, en Sarasota. Con semejante presión ningún borrador le gustaba, por lo que apenas seis meses después de haber comenzado, abandonó la idea de ser escritor.

Ahora que había comprobado que la vida de Harvey tampoco era redonda, y que su casa estaba abandonada y no daba a la playa, sintió que tal vez podría empezar a escribir.

Artículo de Juan Tonelli: Idealizaciones destructivas