La tradición cristiana simboliza en el Huerto de los Olivos, a ese encuentro de una persona con el sufrimiento extremo y con la muerte. Y ese encuentro, es siempre una experiencia de una gran soledad: nadie muere acompañado.

Todos tenemos nuestros Huertos de los Olivos. Son esas catástrofes personales con las que la vida nos confronta, y a las que no hay manera de evitar.

El Huerto de los Olivos es esa toma de conciencia del inminente sufrimiento y dolor que tendremos que atravesar,  sabiendo que no hay forma de impedirlo.

Pero siempre, después de la muerte o de un dolor de muerte, asomará la vida.

Perder puede ser liberador; por qué qué se puede perder después de perderlo todo?

No hay más miedo de perder.

No hay más nada que sostener. Ni siquiera hay  nada por hacer.

En la hora justa, la vida nos estrellará contra ese muro de dolor y de muerte.

Y pese a que nosotros nada podamos hacer, lo atravesaremos. Del otro lado, nos esperarán crecientes grados de libertad y de vida.

No se puede resucitar sin haber muerto.

Artículo de Juan Tonelli: Después del palo.