«- Es un tipo muy jodido. Resentido y con un complejo de inferioridad enorme», dijo Luis refiriéndose a uno de los precandidatos presidenciales.

«- Por lo cual tiene grandes chances de ser presidente….» completó Marcelo, con una idea inquietante.

Ante la mirada sorprendida de Luis, Marcelo prosiguió: «- No lo digo por lo de resentido, ya que esa característica si bien puede ser un enorme motor, a mi entender genera mucha inestabilidad. Pero el complejo de inferioridad es casi un requisito sine quanon.»

Luis escuchaba absorto, como deseando que no fuera cierto lo que su amigo estaba diciendo. Pero en el fondo de su corazón, sabía que era verdad.

Atrás de logros excepcionales solían esconderse dolores excepcionales. Como si grandes sufrimientos fueran los motores imprescindibles de cualquier gesta, de artística a política.

Marcelo, dejando el rol de analista político para adentrarse en el de conocedor del alma humana, prosiguió:

«- Es como que aquellas personas que no fueron miradas por sus padres durante su infancia, con el tiempo se fueron deformando con el único objetivo que el mundo entero las mire.

Y los resultados son siempre muy malos. Para la sociedad, porque quien conduce los destinos del país, en vez de estar preocupado por las personas, sólo trabaja para que lo miren, lo reconozcan, lo admiren. Y eso nunca acaba bien.»

«- Por otra parte, para él también será una trampa. En primer lugar, porque intentar captar la mirada de todos a través de alzarse con la presidencia es una tarea extremadamente difícil y con una probabilidad de ocurrencia realmente baja. Por ende, hay muchas chances de frustrarse. Pero lo que es peor, es que aún convirtiéndose en presidente, la sed interior que lo llevó buscar ese logro, no se calmará. Podría ser presidente del mundo y seguirá sufriendo aquella carencia de amor que tuvo en la infancia. Como cualquier adicción, el alivio que produce la sustancia que la genera es provisorio.»

«- Las compensaciones nunca resultan. Dan una cierta sensación de tranquilidad, pero la paz es otra cosa.

Así como una indemnización por una muerte por accidental no restablece la vida; un resarcimiento por accidente laboral no recupera el brazo o las piernas perdidas, ser mirado por todos no repara la mirada materna cariñosa y empática que no existió en su momento.»

«¿- Pero esa no es la historia de todos?», preguntó Luis, como queriendo relativizar.

«- No», respondió Marcelo. «- Es cierto que en cierta medida, todos hemos sufrido desamor y desamparo en nuestra infancia. No hay padres perfectos. Y si bien es cierto que esos años fundacionales signarán toda nuestra vida, hay padecimientos diferentes, y sobre todo, hay grados distintos. Así como no es casual que la mayoría de los boxeadores campeones mundiales provengan de familias paupérrimas y marginales; o que la mayoría de los futbolistas tengan orígenes muy humildes, suele suceder que los líderes políticos se hayan fraguado en condiciones emocionales de falta de atención que serán el germen para la desesperada búsqueda de reconocimiento.»

Luis se sumió en un silencio profundo. En cierto sentido, él también era uno de aquellos. Había pasado buena parte de su vida buscando ser reconocido. Recordó cuando a sus treinta años, un sacerdote con misteriosos dones para conocer lo secreto, lo había desenmascarado preguntándole por qué quería ser presidente.

Sorprendido y ruborizado, Luis había balbuceado palabras vacías que en el fondo escondían la única verdad: él quería ser reconocido y admirado por todos. Recordó aquél genial libro de Tom Peters, en el que el gurú del management sostenía que todos las personas deberían llevar colgado un cartel que dijera: «yo también necesito ser reconocido». Era una buena idea gerencial. Sin embargo; ¿Ayudaría verdaderamente a las personas? ¿Cuál era el punto aceptable de la necesidad de reconocimiento? ¿En donde dejaba de ser algo normal para convertirse en patológico?

Luis pensó en la ironía del destino, en donde las personas con más chances de llegar al poder fueran aquellas que finalmente tuvieran más probabilidades de hacer mucho daño. Después de todo, ¿quién que fuera razonable, equilibrado, con una buena vida, dispuesto a dar y a darse, podría tener ganas de hacer el monumental sacrificio requerido para convertirse en presidente? Así como no había boxeadores blancos y de buena familia que se convirtieran en campeones mundiales, tampoco había personas pacíficas, equilibradas y amorosas que llegaran al poder. Al menos, no frecuentemente. Qué ironía que el destino promoviera un darwinismo que privilegiara ciertos valores que no eran justamente los más elevados del ser humano.

Pero para no quedarse atrapado entre preguntas y desesperanza, volvió sobre Marcelo: «- Si aún logrando el dificilísimo objetivo de ser presidente, eso no lleva paz al corazón de esa persona que fue ignorada en su infancia; ¿Qué le recomendarías a los millones de personas que en mayor o menor medida sufren lo mismo y creen que siendo reconocidos resolverán su problema? ¿Qué les recomendarías para no malgastar su vida, y para que si es posible, puedan sanar?»

Marcelo, después de reflexionar en silencio unos minutos, le dijo: «- Para empezar, que se enteren.

Uno no tiene ninguna chance de solucionar un problema que no reconoce. Y ojo que enterarse puede llevar mucho tiempo.

En el fondo, es tal el miedo a ser ignorado, que no será nada fácil animarse a correr el riesgo de repetir la historia de la infancia solo, por la esperanza de poder vivir mejor.»

«- Y el camino para registrar un problema es el mismo a transitar para solucionarlo.

Dado que intentar lograr la mirada de todos, no nos hará felices, se trata de percibir aquellas cosas que son un buen alimento para alma y aquellas que no. Y eso es bastante fácil de advertir. Uno siempre siente con qué cosas su espíritu crece y con cuáles se empobrece. El tema es poder llevarlo a cabo.

Al igual que lo que le pasa a los gordos, es mucho más fácil comprender una dieta que realizarla. Todo el mundo sabe qué puede comer y qué no. Y cuánto es suficiente. Comprender es fácil, hacer es difícil.»

Ante la mirada algo desesperanzada de Luis, Marcelo concluyó: «- Pero no hay que perder las esperanzas.

Tenemos que aprender que el fracaso nunca es el fin. Es solo un insumo del crecimiento humano. Solo es definitivo cuando nos negamos a incorporarlo como materia prima de nuestro aprendizaje.»

Con una sonrisa serena, Marcelo pagó el café, saludó y se fue del bar.

Artículo de Juan Tonelli: Las compensaciones no reparan.

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