Gorlero era la pasarela en donde mirar y ser visto.  Horacio se preparaba, se ponía lindo, y varias veces pasaba raudo por esa calle, con el solo objeto de ser percibido.

Le encantaba la idea que lo vieran, estar ahí, atraer, seducir.

Después de varias horas volvía a su casa satisfecho aunque hubiera sido incapaz de tener una mínima interacción con una chica. El mero hecho de pensarlo le producía un pánico enorme por no saber cómo manejarse con ellas. Como si con su solo atractivo bastase para que cualquier jovencita se enamorara perdidamente de él, y ambos quedaran flechados solo por la vista y de por vida.

No sabía como hablarles, ni mucho menos, sostenerles una conversación. ¿Ellas sabrían? Entre su inmadurez emocional y la presión por hacerlo impecable, resultaba imposible que pudiera evolucionar. ¿Cómo podría hacer perfecto algo que no sabía cómo hacer, y que nunca había hecho antes?

Horacio sentía que no había lugar para ningún fallo, o para equivocarse. Mucho menos para aprender. Eso era cosa de gente limitada. Él tenía que saber. Había que saber, había que ganar, no había lugar para el error. Pero ¿cómo se podía andar así por la vida? ¿No había ningún lugar para el aprendizaje? Así las cosas, tampoco se podría avanzar.

¿Sería posible aprender sin equivocarse? Es más; ¿habría alguna chance de asimilar algo valioso solo por entenderlo? O resultaría imprescindible integrar el aspecto emocional, algo que se lograba sólo por la experiencia? Ý ésta, no era en última instancia hablar de los errores, o de la diferencia entre lo deseado y la implacable realidad?

Horacio caminaba varias veces las diez cuadras como si estuviera llegando tarde a algún lado. ¿De qué lo protegía la prisa? De contactar con algún ser humano. No fuera que se encontrara con un amigo que estuviera con algunas chicas. La situación podría ser dramática: ¿qué decir? ¿Cómo actuar? Por otra parte, el efecto comparación podría ser devastador. La presencia femenina acompañando a un amigo podría gatillar el incómodo pensamiento de por qué él no estaba acompañado también. Mejor sería caminar rápido, muy rápido. Que algunos eventuales amigos y conocidos lo vieran. Que supieran que él estaba. Que le iba bien. Que pensaran que estaría apurado yendo a alguna fiesta buenísima. Y después de las vacaciones, al encontrarse con sus compañeros de colegio el primer día de clases, conversar de que él había estado allí.

Si en Gorlero una chica a quien no conocía lo miraba más de lo debido, su reacción también era un contrasentido. Simplemente la ignoraba sin detenerse. No se rebajaría a exponer que él también se sentía atraído. Detenerse a conversar con ella hubiera significado mostrarse humano, y él quería parecer un dios. Aunque el precio de la divinidad fuera que se quedara solo. Por otra parte, imaginarse teniendo que abrir y sostener un diálogo con una desconocida que encima le gustara y lo hubiera mirado, lo desbordaba emocionalmente. ¿Por qué? Básicamente porque no sabía como hacerlo, y tenía terror a equivocarse. Él debía saber. Debía poder hacerlo en forma magistral. En ese contexto, ¿cómo sería posible crecer?[poll id=»2″]

Curiosamente, al regresar a su casa solo, estaba satisfecho. No había hecho contacto con nadie. Probablemente habría impresionado superficialmente a algunas chicas y habría sido reconocido por diversos compañeros, pagando el derecho de piso para pertenecer a algún grupo. ¿De qué serviría haber seducido a algunas mujeres si al final estaría muerto de miedo y no avanzaba con ninguna? ¿Y para qué la necesidad de ser parte del rebaño? ¿Por no ser un bárbaro, fuera de las fronteras del imperio, aunque no estuviera bien claro que significara estar adentro?Lo importante era no ser excluido. Ese destierro era la muerte misma.

Pasaría un cuarto de siglo para que Horacio empezara a darse cuenta que pertenecer, por lo general no solo no conducía a ninguna parte, sino que además demandaba grandes esfuerzos. Y que seducir e impresionar, eran victorias pírricas que más que abrir las puertas al encuentro, las cerraban. Resultaba paradojal que anhelando desesperadamente conectar con alguien, su analfabetismo emocional lo llevara a tener conductas que sólo producían aislamiento.

Recordar su adolescencia, le inspiró compasión. No era razonable exigirle a la vida nacer sabiendo. Ni sería posible encontrar al principio lo que seguramente aparecería después de mucho esfuerzo y un largo camino. Él no era un discapacitado emocional, sino alguien que al igual que todos los hombres, tenía que empezar a reconocer la existencia de sus emociones y entender cómo funcionaban.  Y eso era algo que, como aprender a caminar o a hablar un idioma, solía llevar muchos años.

Artículo de Juan Tonelli: Gorlero