«No sostengas nada», era la recurrente frase de su profesora de yoga. A Pablo esa consigna lo movilizaba. Sentía que tenía muchas cosas sobre sus espaldas. Familia, trabajo, pero sobre todo, unas expectativas descomunales impuestas por la historia familiar y el medio que lo rodeaba.

Más allá que en la clase de yoga tomara conciencia del tema e hiciera un esfuerzo por soltar, dejando de sostener todos aquellos músculos que estaban tensos innecesariamente, la vida real era más compleja. Algunos temas, porque eran su responsabilidad. Otros, porque generaban la imagen que él quería transmitir. Por último, porque era el único sistema de vida que conocía.

La vida lo pasó por arriba, y si bien el objetivo de la crisis pertenece al misterio de la existencia humana, las pérdidas vinieron a abrir nuevas perspectivas. Ya habría menos espacio para lo políticamente correcto, para cumplir expectativas. Menos forma y más fondo. Ya no tendría ganas de ir a cockteles y eventos para encontrarse con gente importante. Se había esforzado demasiados años comiendo todo tipo de canapés y conociendo a todo el mundo. Ahora no quería conocer a nadie más.

Más que seguir cumpliendo lo que los demás esperaban de él, quería enterarse de qué era lo que él esperaba de si mismo.

Un hombre de campo le compartiría una síntesis perfecta.

-«Con los años, he aprendido que no se puede vivir con los pedos aguantados.

Si uno los tiene, debe tirárselos. No se puede vivir costreñido, falto de espontaneidad, falto de verdad. Hay que elegir ser lo que uno es».

Artículo de Juan Tonelli: De pedos aguantados.

[poll id=»8″]