Plaza de Toros del Real de San Carlos. Construida en 1908, inaugurada en 1910 y clausurada en 1911 por la sanción de una ley para proteger a los animales. Sólo se llegaron a realizar 8 corridas.

Todo tiene un aire misterioso. Tal vez porque es una construcción de más de un siglo. Tal vez porque está clausurada por peligros de derrumbes: una corroída estructura de hierro sostiene las vencidas gradas de concreto.

El cartel de «prohibido pasar» es una invitación a ingresar. ¿Moriremos sepultados por pedazos de cemento que después de un siglo, justo cedan a nuestro paso?

Desde afuera del «estadio» se puede ver el acceso a la palestra. Lo observo y una corriente eléctrica corre por mi espalda y me eriza la piel. La palestra significa enfrentar la realidad que no se puede evitar. Que no se puede posponer. La hora de la verdad.

Estamos a solas con el toro, a solas con la vida. Podés perder todo, porque todo está en juego.

En el umbral del acceso a la palestra tendremos que dejar las palabras. Adentro no hay lugar para ellas porque simplemente no sirven para nada. Solo podremos ingresar con nuestros miedos y con nuestras esperanzas. El falso coraje, nuestras presunciones, y todo lo que no sea auténtico y real, también lo depondremos en la puerta. En la hora de la verdad no hay lugar para la hipocresía. Solo habrá espacio para dirimir la vida y la muerte, no para hablar o simular. Solo habrá un presente intenso, como siempre pasa cuando uno se juega la vida. Y en donde un descuido puede ser fatal.

Hay 10.000 personas mirando, pero no importan; en realidad no hay nadie. Es uno el que puede morir; no ellos. Es uno el que se salva si gana; no ellos. Y aunque querramos fundirnos con las 10.000 almas que comparten este instante, no se puede. Seremos los únicos héroes o las únicas víctimas.

Somos los únicos protagonistas de nuestra propia existencia. Recién al entrar a la palestra tomaremos conciencia que los de afuera no importan. Es sólo nuestra vida la que se juega. Y este hecho, es de una soledad apabullante.

A veces la vida nos deja a solas con el toro. No hay escapatoria. No cuentan los gritos ni las miradas de los otros. Ellos podrán estar sentados o parados, tranquilos o nerviosos; pero sólo nosotros enfrentamos una realidad brutal.

¿Cómo puede ser que hayamos gastado tanta energía para exhibirnos si no importan las miradas? Sólo nuestra vida está en juego. Y de poco valen las representaciones que hagamos; en la hora de la verdad, solo quedaremos desnudos y sin máscaras.

A pesar de nosotros, la realidad nos impone ser auténticos y ser protagonistas.

Matar o morir, y eso también es vivir.

Artículo de Juan Tonelli: A solas con el toro.