Me vestí con mi mejor ropa. Un Levis original, y una remera pegada a mi cuerpo que me marcaba todos mis músculos. Estaba bien afeitado y con el perfume de Miyake, que era la revelación del momento.
Con mis quince años bajé del departamento que alquilábamos sobre la calle Gorlero, que en aquellos tiempos, era donde estaba la movida en Punta del Este.
Eran mis primeras vacaciones en ese lugar, que había anhelado muchísimos años porque ser el lugar top. Con mis padres siempre íbamos a Mar del Plata porque teníamos un departamento, pero ese verano, vaya a saber por qué, fuimos a Punta del Este.
Ir a esa playa me generaba algunos sentimientos encontrados. Por un lado, ir al Olimpo. Pero a su vez, tenía miedo de no estar a la altura de las circunstancias. Ahí veraneaban mis compañeros de colegio más poderosos. Además de que sus familias tuvieran mucho dinero, ellos eran el grupo más pesado de la clase; ese que impone las reglas, que siempre son arbitrarias. También eran los únicos que se relacionaban con chicas, que en nuestro colegio sólo de varones era percibido como llegar a Marte. Algunos, hasta habían debutado sexualmente. ¿O sería mentira?
Yo moría porque me integraran en su grupo pero no había ninguna chance. No solo en la India había castas. En todo grupo humano las hay.
Así las cosas, lo único que me quedaba era fingir. Ver, y sobre todo, ser visto. Y esto último no era poca cosa. Representaba un importante upgrade en mi vida social.
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